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A diez años de la vuelta al mundo tras la estela del L.E.H.G. II

Por Ricardo Cufré – Asociado 20

Pido a los Santos del Cielo
Que ayuden mi pensamiento;
Les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.
José Hernandez,
Martín Fierro
.

Según el tradicional protocolo marital, el 29 de julio de 2008 Bruno, el Brumas Patagonia  y yo cumplimos las bodas de lata con nuestra vuelta al mundo, salada consecuencia circular de un «ménage a trois»  sobre el que diez años después me solicitan echar una mirada y opinar. Esta década me encuentra con canas  y kilos que no estaban a bordo del Brumas y que  hoy son mis tripulantes de fierro. Fantasía y romanticismo continúan en sus puestos de maniobra desde hace 56 vueltas al sol y nada sugiere que vayan a desembarcar de  esta nave en la que, con cierta dignidad todavía, su proa  aún  muerde millas.

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Ricardo Cufré

Para sumergirme en mis recuerdos miro un planisferio.  Instantáneamente aparece un Bruno inmenso que enfundado en  su traje de agua rojo semeja un morrón de dimensiones  homéricas.
Bruno… Suavemente dictatorial, nobleza de faro,  optimismo patológico, risa fácil, energía inagotable, luthier en la cocina, bondad oceánica. No olvidemos una ilimitada fe en sí mismo, una biología envidiable, una suerte cósmica y una curiosidad que envidiarían muchos científicos. Impensable un mejor compañero para correr una aventura de esta calaña.

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Bruno Nicoletti con su traje de agua rojo

Recorro muy lentamente el mapamundi, imaginando que allá abajo hay un catamarán minúsculo. Nos veo navegar. Un sentimiento  de incredulidad acompaña a esa aparición: ¿hicimos… esto? He afirmado repetidamente  que desde el punto de vista náutico, hace años  – sin duda más de diez – una vuelta al mundo dejó de ser lo que era. Perdió lo misterioso, lo exótico y  lo peligroso en gran parte. Hoy  se regatea en solitario por las mismas rutas  en las que antes sólo se atrevían los temerarios que pasaron a la historia.
Esta década pasada no hizo sino afirmar tal convicción y creo que los últimos Mohicanos fueron Dumas y Moitessier.  Antes que ellos, Voss, Gerbault, Slocum, Hansen  y otros …  Muy pocos  “otros”.

El cambio de calidad de la navegación a vela permite  que quien desee  dar una vuelta al mundo no necesite poseer barco, ni fortuna ni insondables conocimientos específicos dables sólo a unos pocos elegidos. Opino que quien sepa navegar y tenga una fundada autoconfiaza,  solo  requiere tres cosas: oportunidad, tiempo y decisión.
Soy  una muestra de lo que afirmo pues nunca tuve barco, he realizado este viaje y he declinado repetirlo en otras dos oportunidades en las que fui convocado.

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La vuelta al mundo del Brumas Patagonia

Sin embargo, aunque estén solucionados todos los problemas técnicos que presenta un viaje de este tipo, creo que hay una tenue pero resistente driza  que enhebra a todos los marineros que por libre opción y sin obligaciones de ninguna índole,  deciden dar una vuelta al mundo: la de la permanencia de los mismos desafíos, temores y expectativas. Ir en pos de un sueño. ……….Romanticismo puro.

Desde Sebastián El Cano y sus 18 desdentados supervivientes hasta este instante, para circunnavegar, todos los marinos han utilizado las herramientas que su época les brindaba. Cambian las herramientas con las épocas, pero se mantienen incólumes el convencimiento  de que en cada milla uno apuesta su vida  y el secreto de las verdaderas  razones personales que empujan a zarpar en pos de retornar a puerto sin virar 180 grados.
La ausencia de ciertos pudores me permite admitir públicamente lo que en muy contadas ocasiones confesé  en privado: la razón que me impulsó a hacer este viaje.
Quizá decepcione a quienes crean que hubo razones deportivas, o de competencia o de dinero, o de publicidad o de establecer algún record… no. Nada de eso.  No hubo ninguna razón vinculada a la náutica. Hay cosas más importantes.

brumas en Chile

El Brumas Patagonia en Chile

Si bien es cierto que fue la primera vez en la historia de la navegación a vela que un cata de crucero y de serie realizaba  este viaje y por esa ruta, seamos honestos  y digamos que también es cierto que tarde o temprano alguien lo iba a hacer. En mi opinión, dar una vuelta al mundo en cata era solo cuestión de tiempo, no de barcos de diseños especiales ni habilidades personales entrenadas a tal fin. Pocos años después el tiempo me daría la razón.
Entonces… ¿Por qué?
Sin duda hubo una gran cuota de ese romanticismo necesario, pero es insuficiente para explicar y justificar mi personal decisión de hacerlo. No deseo hablar de algo que en mayor o menor medida todos tenemos –el romanticismo-  si no, no  navegaríamos a vela.  Me parece mas atendible exponer  otras causas, las que nos pueden diferenciar a la hora de tomar decisiones. En cuanto a mis razones no románticas para esta vuelta, estoy en las antípodas de Vito Dumas. Según sus palabras él quiso dar un ejemplo a la juventud, y mis motivos fueron mucho menos ecuménicos y de alcances homeopáticos comparados con los suyos: solo quise darme un ejemplo a mi y averiguar si podía, pues necesitaba una revaloración de mi mismo.  También quise regalarme una anécdota personal que quedara -mientras mi  memoria lo permitiese- como una fragante y llamativa flor en mi alma.

vito dumas

Vito Dumas, portada del Voiles

Tan cierto como que la mortaja no tiene bolsillos es  que la conciencia tiene una bolsa marinera. La pregunta  es: ¿qué coloco en ella para llevarme en mi último viaje?
Por aquellos años mi vida era “normal”. Hacía lo que se espera que  haga una persona común y corriente.  Una  parte de mi cotidianeidad era gratificante, pero no me alcanzaba. Hacía tiempo que al mirarme al espejo no veía ni un tenue gesto de reconfortante complicidad que nada tuviera que ver con la opinión ajena que se podría tener de mí.  Necesitaba hacer algo para y por mí. Demostrarme que podía hacer algo que mereciera mi propio respeto y que  no fuese solamente lo socialmente  esperable.  A través de  Bruno  y la ayuda de una ballena dormilona (1) , la vida me daba la oportunidad.  Forzando mis circunstancias laborales podía obtener el tiempo. Solo faltaba  “el factor humano”: la decisión.
No fue fácil tomarla. Dos  meses después de enviarle una carta a Bruno solicitando  ser su tripulante me contestó afirmativamente en un mensaje telefónico que me dejó grabado. Casi me desmorono pues estaba preparado y convencido para un “no”, la excusa perfecta: “Lo intenté pero no me dejaron”.

 (1) – «Bruno había hecho un intento de zarpada dos años antes, en el 95. Navegaba solo porque no había hallado a nadie  con tiempo suficiente para sostener el proyecto. A los 3 días chocó con una ballena que le dobló los dos timones y tuvo que regresar a repararlos. Cuando me enteré, le envié una carta solicitando ser de la futura partida. El 23 de noviembre de 1997 zarpamos.» 

Me salió el tiro por la culata. ¡Y cómo!  Si después de 10 años alguien recuerda esto es que quizá este viaje tenga una estela  mucho más larga de lo que he sido capaz de intuir en su momento.
Tuve un par de semanas de dura tormenta interna. Rápidamente hallé cien causas para no poder ir. Es increíble la facilidad que existe para hallar  razones para no hacer algo,  y cuando se medita  al respecto la mente se transforma en el  Campo de Marte de nuestros demonios internos. 

En  mi batalla, la decisión de hacer el viaje iba perdiendo posiciones a ojos vista. Las huestes del “no hacer” tenían  un táctico y un estratega de excelencia: la inercia y el temor; y los ejércitos del enclenque romanticismo y la duda parecían una Armada Brancaleone a punto de solicitar una pestilente rendición.
Conocía mi punto débil y me hice una trampa: fui a ver a dos amigas mías de muchos años y profunda vinculación personal. En carácter confidencial les dije que había decidido dar la vuelta al mundo, lo cual no era cierto en absoluto. 

El compromiso estaba tomado ante dos personas cuya ascendencia sobre mi  garantizaba que la vergüenza por el incumplimiento de mi palabra empeñada fuera superior al demonio del temor por hacer el viaje.  Siguiendo el ejemplo de don Hernán (hoy puesto en duda por los historiadores a la luz de nuevas pruebas) quemé las naves impidiendo mi retirada. Dos días después, afeitándome, de improviso me invadió una paz interior sublime y supe que lo iba a hacer. Sin miedo, sin esfuerzo. Solo lo supe. Miré al espejo, sonreí y susurré un “lo vas a hacer”, con una seguridad interior que desconocía.   Cuando la emoción en retirada me permitió  articular palabra,  llamé a Bruno y reconfirmé mi participación: la decisión estaba tomada con la tremenda fuerza que nos da hacer las cosas sin esforzarnos.

Lo demás… es historia y ya la conocen.
Y así fue, pacientes lectores, el cómo y por qué tome la decisión de dar esta vuelta. No fue fruto de la osadía, sino de la racionalidad de una maniobra desesperada y de la necesidad de sentirme mejor conmigo mismo.

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Ricardo en el Adriatica

Epílogo

«Solo sabremos quienes somos el segundo anterior a nuestra muerte.»
Jorge Luis Borges
.

Hace un tiempito que amarré a esa etapa de la vida en que se pierde agudeza visual pero aumenta la visión.
Miro para atrás y con el desapasionamiento que da la distancia y el tiempo, veo claramente que la vuelta al mundo  fue, principal y no excluyentemente, un examen al cuál decidí presentarme y cuya aprobación tiene  resultados estrictamente subjetivos:  solo permite conocerse un poco más.
Amén de la maravillosa aventura, comparto con Bruno dos consecuencias  que se desprenden de ella independientemente de nuestras intenciones:  haber sumado una anécdota a la  historia de nuestro yachting y demostrar que -como ciertos monocascos-  ciertos  catas también pueden.

Cuando en determinadas circunstancias que enfrentamos temí por nuestras vidas, emergieron a mi conciencia unas pocas personas a las que amo profundamente. No lo supieron, pero estuvieron a bordo. Sentí la inmensa angustia de no poder despedirme como deseaba y hacerles saber que fuese cual fuere el desenlace, esta aventura había sido elegida en felicidad y aceptado los riesgos que conlleva.
Por eso, esta no fue una vuelta al mundo,  sino a mi mismo, y si el genial ciego que todo lo ve tiene razón,  espero tardar mucho en saber quién soy y que la hermosa aventura con Bruno y el Brumitas no me haya acercado sino una pizca  a la inapelable respuesta final.

Ricardo Cufré
Palma de Mallorca, 27 de julio de 2008.

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Cabo de hornos y ventisqueros

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