Relatos de navegantes

Veintitrés horas después…

Por Juan Carlos Beiroa – Alicante-España

Estaba tránquila, pese a la incómoda, increíble e imposible circunstancia por la que había pasado en breves segundo, al ingresar a la cabina, como si un temor irracional la acechara, había cerrado tras de si la escotilla, casi hermética, impidiendo la entrada de agua ante los embates de las tremendas olas que pasaban por arriba de la obra viva del barco, ahora, como si de una raíz se tratara, ………..con el mástil hacia abajo.

vuelta.campana

Ahora…….solo resta esperar!!!

Hacía dos días que había cruzado la mitad del Pacífico sur entre  Nueva Zelanda, su última escala y el cabo de Hornos y nunca el viento había dejado de embravecer la mar más a cada momento.

Todo estaba bajo control salvo el sueño, el cansancio y algo del timón automático. Lo primero fue reducir paño al mínimo, cuatro manos de rizos en la mayor, totalmente apiñada sobre la botavara de carbono;  mostraba, desprolijamente sostenida por los matafiones, la premura de la maniobra.
Como siempre la baluma, hacia el penol de la botavara, quedaba suelta y  mal adujada, chorreando constantemente ya que se producía  la entrada de miles de gotas que se filtraban desde el gratil  y recorrían  los pliegues que hacían las veces de desordenado pujamen. 
Se podían ver algunas manchas blancas, a modo de colonias de hongos,  quizá de sal reseca o también de cristales de nieve caída la noche anterior y que no se hubieran descongelado dado  la ininterrumpida acción del viento gélido en la zona del palo.
El zarandeo, por el constante llegar de olas de más de nueve metros, volvían loco al timón de viento. A la salida de esta etapa  le  había tenido que cambiar la pala,  sin embargo lograba sostener el rumbo impidiendo que el barco  se fuera a la orza. Parte de esta respuesta mecánica a la ola lo constituía el buen equilibrio de velamen establecido: mayor al mínimo y trinquetilla suficientemente filada.-
Varias veces había tenido que corregir,  ya que ante ciertas circunstancias el barco no volvía al rumbo. En ese momento creyó que sería una cuestión de intensidad de viento, pero era evidente que el timón no respondía bien.
Así estuvo los tres últimos días, descansando y controlando la progresión de la navegación, también algún contacto vía satélite con la base, en la otra cara del mundo,  que tanto la reconfortaba.
Más que nada porque podían saber a ciencia cierta si las singladuras eran de tramos constantes en la distancia o alguna razón la frenaba, como en aquella regata, también en solitario, del cruce el Atlántico en que las algas,   retorcidas en el bulbo no la dejaba desarrollar velocidades máximas, hasta que por esas cosas de la mar y los barcos se desprendieron solas y el barco saltó hacia delante como si le pisaran el acelerador.-

En los últimos días había hecho doscientos veinte, doscientos cuarenta y cinco y hasta hoy, a doce horas del último control, el GPS mostraba recorridos ciento sesenta y ocho lo que llevaría el promedio del día a mas de 300  millas y el promedio por hora a 14 nudos, lo que no es poco, para abandonar lo antes posible semejantes mares.
Si bien el viento se mantenía del W.SW. con constantes de cuarenta nudos las rachas marcaban en el anemómetro de la cabina momento de 65 y picos de 70.
En ese momento el barco se escoraba un poco mas, pero el timón de viento, con cierta lentitud, lo corregía e impedía que se fuera a la orza. Así una y mil veces sin que llegara a acostarse con mucho riesgo para la navegación.-

Por momentos trataba de devanar algún sueño, pero la fuerza de los desacomodamientos del barco, producto de olas de diversos orígenes, la hacían casi caer de la cucheta, a la que por una cuestión de celeridad en saltar de ella para el caso de  urgencias, se había acostumbrado a no atarse con los violines que la retendrían en caso de que la fuerza del impacto de una ola intentara despedirla. 
Horas en esa posición le producían un cansancio adicional, hasta ahora tolerable.  Si  decidiera  sacarse el equipo de agua y, atándose a la cucheta pudiera dormir por lo menos media hora o cuarenta minutos se justificaría el trabajo que le demandaba tal tarea.
 Si bien este sistema no era necesario en los mares del sur, ya que no existía riesgo de colisión con barcos mercantes, la eventual presencia de icebergs desprendidos de las masas continentales antárticas no le conferían un panorama de seguridad absoluta.

Cierto es que, en la latitud en que se desplazaba, no había muchas posibilidades de encontrarse con una de esas plataformas de cinco o seis kilómetros  por uno o dos de ancho, que por su tamaño, ahora pueden ser seguidas satelitalmente.-
Sin embardo siguiendo su vieja rutina por la seguridad, luego de un descanso suficiente, volvía dolorosamente a enfundarse en el equipo de agua y asomarse, a veces con muy poca visibilidad para confirmar la ausencia de aquellas montañas en su camino.-


5.20 del 14 de febrero de 1999 del noveno uso horario

No había terminado de asomarse cuando sintió que el barco era arrastrado por la aleta de estribor por  una gran ola que lo desplazaba hacia sotavento, sintió también como se deslizaba en la infinita pendiente de la ola, tres, cuatro, cinco, seis metros, quizá, interminables  diez metros entre  la cúspide y el seno, cuya espuma era borrada por el viento. Sintió que otra vez tendía a adrizarse pero ahora la presión de un viento huracanado pesaba sobre las mojadas velas y ponía horizontal lo que hasta hace unos momentos oscilaba en la vertical…..y sobrevino el golpe.

Se introdujo como pudo otra vez en la cabina y en un acto inconsciente deslizó la puerta de ingreso, cuando ya el agua del mar invadía la mitad de babor el cockpit.  Si, ……el golpe no lo sintió sobre los francobordos, fue como si el barco hubiera sido golpeado en la mitad de estribor del pantoque. Con una escora de  noventa grados recibió otra ola, tanto o más grande que las anteriores de manera que al pasar por sobre el barco, terminó hundiendo el mástil de más de 35 metros, en la negrura de un mar transparente.

Inmediatamente reaccionó, se afirmó con las piernas contra el asiento semicircular, que en su posición normal le permitía estar vertical, aunque el barco fuera escorado y, como pudo, mantuvo su cuerpo sobre aquello que, hasta ese momento era el techo de la carroza de su barco.
Ya estaban allí, en forma desordenada, las tablas que normalmente hacían las veces de piso, también cierta cantidad de agua, no mucha, la que se halla en la sentina, más que nada por condensación de humedad o algún otro esporádico ingreso,  tuvo cuidado de no apoyarse, ya que ello le obligaría a cambiarse de medias y ahora en el pandemonium resultante de la vuelta de campana, en un mar que azotaba con la fuerza de un huracán caribeño, mejor era pensar antes de actuar. Incómodamente pudo llegar al pantalón, ahora debajo de la cocina basculante que, por acción  del sistema no se había desprendido de sus arraigos.

En realidad no veía nada ya que la oscuridad era total, fue desgranando descubrimientos en función de los ruidos que escuchaba. Tanteó como pudo el pantalón de agua, pero se  dio cuenta que no tenía donde ir. Ni le hacían falta.
Se puso las botas, que estaban en el “piso” y se quedó con los pantalones de polar que tanto la protegían. Estirándose, y con cuidado, extrajo de una taquilla una linterna tipo minero que se insertó en la cabeza por sobre el pasamontañas de polar, al encenderla vio como había cambiado el paisaje y panorama de la cabina. Nunca hubiera podido acertar con algo. Todo había cambiado, el solo abrir un cajón habría significado la pérdida e inmersión en el agua de todo su contenido.
Se sujetó firmemente al cuerpo pasante del mástil y ni se le ocurrió que podría ponerse a llorar. No, no estaba preparada para llorar en una emergencia. Todo su saber universitario de la más alta escuela le permitió asumir que llorar, no era oportuno.
Sabía que por ahora no podía recurrir a la única salida posible. Allí estaba, sin saber como seguiría la historia, dentro de un barco de dieciocho metros, con muchos alimentos desparramados por todos lados y algunos todavía sujetos por redes de contención a sus mamparos.

Enfocó la luz hacia popa y vió que por la debajo de la madera el agua no entraba en forma evidente. Le costó creerlo, luego confirmaría que la presión interior del aire no dejaba que lo hiciera en forma por demás peligrosa. Era algo. Tendría oxigeno para bastante tiempo, no sabía cuanto pero bastante, quizá un par de días.
Recordó las pautas para estas emergencias y deslizó un plano de madera que separaba la proa de la cabina, impidiendo el paso de agua hacia popa.

De pronto razonó que las Epirb, sujetas al balcón de popa, ya habrían empezado a cumplir su función.  La simple inversión o el contacto con agua, las ponía de inmediato en funcionamiento mandando al ocasional satélite geocéntrico la señal de emergencia que sería recibida en centros de control de Estados Unidos.

Lat. 54.03 S. – long. 135.28 W.

Así fué, casi instantáneamente, luego lo corroborarían, en el área de control de Epirb, en sus dos frecuencias se recibió el mensaje que indicaba la posición del barco en emergencia: 54.03.250 S. – 135.28.489 W.

Eso e iniciar la tareas para ubicar navíos cercanos que pudieran ir en socorro  fue todo uno. Pronto se confirmó la presencia de un barco de la misma regata que estaba a 200 millas por delante del barco siniestrado y se le hizo saber de lo ocurrido.
Al recibir la comunicación por el COMSAT comunicó que inmediatamente suspendía la regata y viraba en búsqueda del punto que surgía del e-mail que recibiera.

Lo grave era, que para poder acercarse tendría que navegar en contra de vientos de mas de cuarenta  nudos y olas diabólicas, pero al enterarse  ni se le pasó por la cabeza el tiempo que tardaría ni los riesgos que correría. Era de los mejores, estaba más cerca y mas allá de su compromiso y responsabilidad no dudó en intentar salvar a su amiga.-

Hacía varios días que, pese al tipo de navegación, estaba descansando mejor, así  que, reflexionado sobre el tiempo que llevaría llegar a las inmediaciones del accidente, comenzó una rutina de comer, verificar la navegación y descansar lo más posible para cuando llegara el momento del encuentro estar bien preparado. Ya había puesto como referencia en los instrumentos el waypoint del barco siniestrado y con, mas o menos, caídas de 15 grados a una y otra banda el barco se mantendría con el timón de viento. Una variación mayor  en el rumbo deseado haría estallar las alarmas, avisándole de la necesidad de regular nuevamente y por milésima vez velas, timón e instrumentos.-

Cualquier presencia de barcos o icebergs serían registrados por el radar de ocho millas, que recibían energía de eólicos, reducidos en su capacidad de trabajo, en razón del constante viento huracanado de esas latitudes. Había comprobado que en algunos momentos el ingreso de carga era mínimo, de modo que no redujo más el paso de las aspas.-

Revisando mentalmente otras alternativas de la navegación se recostó en la cucheta consistente en  una caja de no mas de ochenta centímetros de ancho, abierta en uno de sus extremos, con el largo paralelo a crujía y forrada interiormente en goma altamente porosa y expandida de modo que cualquier cambio en la estabilidad del barco por rolido, era amortiguado por ese revestimiento. Para el caso de navegación con mucha escora, el cuerpo se adaptaba fácilmente a la goma y la goma al cuerpo. En su parte superior tenía un tubo fluorescente de cada lado, aunque él siempre encendía el de babor y un ventilador pequeño que lo mantenía fresco en zonas cercanas al Ecuador.
Ahora sí, apenas apoyó la cabeza en la almohada quedó profundamente dormido.

Incertidumbre

Ya habían pasado varias horas, del cambio de posición del barco, y cientos de ideas en tan poco tiempo.
Seguía controlada.  El sube y baja continuaba.
A veces la velocidad de ascenso, motivada por la fuerza de la ola era violenta en tanto que el descenso era mas suave. 
La llegada de otra ola volvía a repetir el ciclo y ella dentro de esa cápsula. Varias veces estuvo tentada de abrir la trampa ubicada en la obra viva del casco y otras tantas reprimió la ansiedad.
Más, era tan fuerte la sensación de necesidad de respirar aire ventilado que sintió momentos  de incipiente claustrofobia que rápidamente apartó de su cerebro.

Abrir la falsa escotilla tenía sus pro y sus contras. A favor, la sensación de renovación del aire de la cabina, el efecto inconsciente de saber dónde estaba, como si ello significase algo, probar la viabilidad de abrir esa puertecilla al cielo y saber que podía hacerlo sin riesgo para la flotabilidad. Había que pensar que mas de cuatro mil kilos de metal se blandían a tres metros por lo alto del casco, en contra, había que considerar la entrada de alguna ola que barriese el pantoque, en detrimento de la aparente estanqueidad en que se hallaba, también el escape del poco calor que había dentro, y lo peor,  el riesgo de no poder cerrarla nuevamente en forma eficaz.

Sabía que allí dentro todo se mantendría inalterable hasta que algo ocurriera, por ejemplo si ante tanto golpe de mar, el quillote y/o su bulbo resquebrajaran el plástico en su unión con el casco, o que el palo, al cual todavía se hallaban sujetas las velas; se rompiera, alterando violentamente  el incierto equilibrio de pesos que hasta ese momento se mantenía entre los dos extremos del barco. El riesgo de supervivencia sería muy alto hasta que pudiera acceder a una balsa.
Si la rotura del palo ocurriera, cosa que no deseaba por lo arriesgado de tener semejante mastil sujeto por la jarcia al casco, debería tomar otras medidas  para llegar a la balsa, quizá si el daño no era grave, el seguir allí sería cuestión de seguir las normas de supervivencia de no abandonar el barco mientras flotara. Si, si flotara en su posición normal pero ¡al revés!.

Había repasado varias veces la conveniencia de hacerlo o no y sintiéndose fuerte en su estado mental, se relajó y contuvo el instinto natural de querer saber que había del otro lado, figurándosele tremendas olas, falta de visibilidad y naturalmente mucho frío. Sí; mejor no probar, ya llegaría, o no, el momento de tomar una decisión.
De cualquier modo si las balsas salvavidas se habían inflado y estaban armadas junto al barco, sería algo que sólo podría comprobar cuando las necesitase:  estaban o no.-

Ya habían pasado varias horas y pese a que el ruido del viento no le permitía percibir el roce de alguna de las dos balsas contra el casco, esperaba que los cabos a los que se hallaban sujetas no se hubieran desgastado por tanto rozamiento, como por el tironeo producido por la incidencia del viento en la cresta.
En el primer caso trató de imaginarse cómo haría para atraer a alguna de ellas, la mas cercana, hasta el recuadro de la trampa, quizá subiendo al casco y acercándola, cobrando la cuerda.

Pero antes observó que para llegar al techo invertido, donde se hallaba la compuerta de emergencia, debería alcanzar un nivel, que su metro setenta y dos, no le permitía. Un problema. Cómo haría para alcanzar al altura necesaria?. Con los cajones apilados, amén la inestabilidad que derivaba de colocarlos uno sobre otros, tampoco le dieron la seguridad de poder alcanzarla, y mucho menos de permitirle accionar el sistema de cerrojo, no solo para abrirla sino para posteriormente, cerrarla, evitando ingreso de agua. Ya lo pensaría después. Extendió una mano y tocó una bolsa plástica, trató de pararse mentalmente en la cabina en su posición normal y saber que había dentro. Había apagado la linterna para usarla en momentos de mayor necesidad.  Al presionarla se dio cuenta que eran galletas de cereal y no dudó en sacar una bolsa a través del enrejado de shokcord, mordiendo con los caninos debilitó el papel de plástico y con  un tirón,  rompió la cobertura y por primera vez desde el accidente comió algo. Tranquilamente masticó cuatro y después pensó tomar algo; por suerte, cuando tenía la linterna de la frente encendida había visto un envase tetrabrik deslizarse al compás del agua por el piso de la cabina. Este pack poseía una tapa con rosca superior así que estaba lleno de frío jugo de dos o mas sabores frutales, quizá naranja y kiwi o algo parecido, casi sin respirar tomó cuatro tragos que le ayudaron a compensar la sequedad de boca que le habían dejado las galletas. Era imposible ingerir alimentos calientes, pero el organismo habría de sacar partido de lo le mandara al estómago.-

Sintió el frío de la humedad en el pié que sumergiera en el agua del ahora piso y comenzó el nuevo ejercicio de averiguar donde podían estar, ahora,  las cosas que antes estaban en otro lugar. Así recordó que en una taquilla había una docena de medias. Tanteó y abriendo con cuidado la puertita para que no se deslizara ningún otro, un par le cayó en la mano.
 Le llamó la atención que todavía estaba nuevo y con el conocimiento natural, desprendió el papel y los ganchitos. Como pudo se sentó en uno de los cajones que hacían las veces de apoyo para el cuerpo y se sacó la bota que tuvo el cuidado de poner en un lugar que no se deslizara por los continuos movimientos del barco, luego se sacó la media húmeda y trató de secarse en lo posible con la parte seca. Al querer ponérsela la piel húmeda no le facilitó la introducción del pié, por lo cual tuvo que sujetarse bien con la otra pierna para no perder el equilibrio y terminar sentada en el techo del barco ahora, con agua. Quiera que no,  hizo el esfuerzo y logró superar el talón, acomodando lo mejor que pudo la caña hasta casi la rodilla. Tomó la bota que todavía permanecía, increíblemente en el lugar que la había dejado, y se la puso con el mismo problema en la zona del talón.

El sube y baja continuaba perennemente, pero sin sacudones por lo que agradecía  que hubiera cesado el golpe constante de la ola sobre el casco. Este ascensor infinito en cada sentido, contrariamente a lo que ocurre cuando un barco navega, ya sea ciñiendo como en popa, propiciaba movimientos acompasados carente de golpes significativos.
 Esto le dio un respiro, valga la figura dentro de un estanco, y sin dudarlo  fue apoyando su cuerpo sobre los parantes, ahora invertidos, para descifrar, con el tacto, el contenido de varias bolsitas que en su momento pendían de sendos ganchos. Una tenía pilas sueltas lo que indicaba que era desechables y agotadas. Por nada del mundo las arrojaría al mar aunque estuviera a miles de millas de la costa, otra, tenía destornilladores pequeños, una tercera contenía blisters con pilas que, asumió, era recargables; así fue tanteando hasta tocar algo rectangular que, por su antena, identificó como un handy marino. Elemento que no había usado en ningún momento por lo que supuso que tenía las baterías cargadas.
Estaba preocupada porque estas cosas sueltas o agrupadas estaban muy cerca de la parte inferior, cerca del agua ya que en su momento estaban al alcance de la mano en posición sentada o de pié.
Alguno de los instrumentos que en su posición normal rozaban el “techo” ahora mostraban las salpicaduras del agua salada que había ingresado en la cabina.

Sintió que el corazón se le estremecía a comprobar que de esos elementos, que de nada le servirían de ahora en mas, en su momento, dependió su vida. Un poco mas elevado detectó otro handy y mas hacia lo que en su momento era estribor descubrió el reloj analógico sujeto al mamparo.

La fosforecencia en los extremos de la manecilla la confundió y prestó atención para saber que hora marcaba, en principio entendió “cinco y veinticinco” pero cierto desequilibrio en el desplazamiento de la mas larga le llamó la atención  hasta que reconoció que eran las once menos cinco. Once menos cinco, hacía seis horas que estaba recluida dentro de su barco, sujeta al sube y baja de las olas, tratando de concentrarse para no disparar los gatillos de la incipiente pero controlada ansiedad que la iba dominando.-
Quizá durante la noche alguien pudiera acercarse, de modo que, cuando mejorase el tiempo poder ubicar el barco en emergencia.-

Ciñiendo a rabiar

De pronto se despertó. Le pareció sentir un golpe extraño en la jarcia e inmediatamente el estridente chillido de una alarma. No supo que podía ser pero el blanquetear del mesana lo orientó en el sentido de que el barco había perdido el rumbo. Si, también las olas del través lo escoraban demasiado, lo que le permitió confirmar la presunción.
Protegido por la chaqueta impermeable con dos capas de polar en su interior, se preparó para volver el barco a su trayectoria hacia el waypoint prefijado.-

En efecto, el borneo transitorio dejó a las velas fuera de función por lo que debió desconectar el automático para volver al barco a su rumbo, no fue fácil y recién en dos intentos pudo hacer que comenzara a orzar relativamente, hasta que cazando alternativamente proa y mayor reducida en su superficie logró que el barco volviera sobre su derrota primitva. Luego si, trimó el mesana, consiguiendo una relativa estabilidad.

Se quedó unos segundos llevando el barco con el timón, pero se sintió incómodo con el viento y la ola que levantaba macrométricos  espumarajos del mar hacia su resguardada bañera, de modo que volvió a conectar el timón de viento, aunque sin darle el toque final ya que quería hacerlo a través de la información que le diera el GPS.
Ya en la cabina, comprobó que le quedaban  probables ocho horas de navegación para arribar al punto deseado y el barco en ese momento estaba haciendo de cinco a 10 grados derivados hacia sotavento, lo que le permitía afrontar la ola con mayor fuerza y consecuentemente mejor performance. También el winvane se comportaría mejor en esa posición que dirigiendo al barco, con tanta precisión, en la ceñida.-

Sintió que algo caliente no le vendría mal así que dispuso el recipiente, previo encender la cocina, con suficiente agua para prepararse dos buenas tazas de reconfortante café. Mientras, revisó por tercera vez la seguridad de los datos que le habían suministrado desde el punto de recepción de las balizas de emergencia y su transcripción a los GPS, que le permitían ubicarse en la carta, comprobando que estaban bien referenciados unos con otros y los rumbos que señalaban eran coincidentes.

Sabía que si su competidora de regata cumplía con los protocolos que había establecido la dirección de la regata, estaría cerca del barco, ante una vuelta campana o en una de las balsas, aterida. Esperaba que al menos estuviera cerca y sintió que impulsaba a su barco a rendir al máximo para no encontrarse con un espectáculo irreparable y macabro.-
Trató de llenar su cerebro con pensamientos positivos pero tenía recurrentes vueltas a un hecho irreversible. Pensó que ni siquiera podría recoger los despojos de su contendiente de tantas regatas. Quizá dejarla allí en su balsa, sería lo mejor para su espíritu. Trató una y otra vez de apartar esos pensamientos pero letánicamente volvía sobre ellos. Una y otra vez trató de alejarlos pero la desesperación lo dominaba. Volvió a concentrarse en el café y le agregó unas cucharadas de leche en polvo. Lentamente bebió la infusión y se sintió reconfortado. Apoyó el tazón en un hueco que tenía la mesa para que no se volcaran lo liquidos y encendió el equipo de VHF por si había alguna transmisión desde el barco, que le diera la pauta de que todavía debía cumplir con su tarea. Por las dudas lo dejó en el canal de emergencia que sería el primero que utilizaría un navegante que reclamara ayuda. Faltaba bastante para arribar el lugar pero le pareció que calmaba su angustia.

Luego encendió el equipo de BLU, para intentar ubicar algún barco de transporte cercano y usó frecuencias de emergencia, para 15/18 y 45/48 de cada hora,  con el equipo trabajando a la mitad de su potencia para no llegar a ningún continente, simplemente saber si cerca de allí había alguien que le escuchara, una y otra vez repitió la cantinela llamando a general y dando su identificación, pero la respuesta era la estática de alguna aurora boreal o algún relámpago lejano. Nada, el silencio total.-

Bajó del satélite el Weatherfax del área, sorprendiéndose al observar que no había ninguna señal de gran diferencia de presión barométrica en la zona por lo cual pronosticó, no sin cierta alegría, un día relativamente calmo, salvo eventuales golpes de viento producto de los williwaw de la zona.-
El barco estaba, ahora mejor trimado y faltaba mucho para que amaneciera, por lo que con el ánimo reconfortado por el café y el pronóstico, previo revisar las alarmas de rumbo, volvió a recostarse en su blando
cubículo que le sirviera de cama y no tardó en quedarse dormido nuevamente.-

Feo lugar para descansar.

El encuentro con las bolsas de pilas la reconfortó ligeramente, pues pudo levantar del piso, una carta náutica que si bien húmeda en su superficie mantenía toda su prestancia dado la calidad de su fabricación. En realidad se trataba de cartas cubiertas por film de plástico transparente que las volvían inmunes a la humedad, en ellas con marcadores indelebles había trazado las diferentes singladuras. La última contenía la posición en coordenadas, bajadas del satélite y se hallaba circunscripta por un óvalo. Trató de recordar cuanto tiempo había pasado desde esa última marcación hasta que el barco zozobró. No creyó que hubieran sido mas  dos o tres  horas pero igual de nada valía saberlo así que lo apartó de su mente. Al igual que su eventual salvador tenía un protocolo de conducta a que atenerse para cuando su vida o la de otro pendiera de un hilo.

Lo primero sería automático, la señal de las balizas Epirb, y no estaba a su alcance, salvo que así lo decidiera,  lo segundo sería mantenerse a bordo a menos que el barco se hundiera o se previera que ello pudiera ocurrir  en un breve lapso, y en tercer caso pasar a una de las balsas salvavidas que deberían estar infladas al momento del colapso.
Con la velocidad que habían ocurrido los hechos nada de lo previsto por la conducta a seguirse en caso de naufragio estuvo a su alcance. Habría que modificar o ampliar alguno de los temas. ¿Que hacer cuando uno queda encerrado en la cabina por vuelta de campana?.  Los sabios de tierra tendrían que exprimirse la sesera para prever esta contingencia.
Si bien era casi imperceptible la diferencia le pareció que horas antes existía un ligero reflejo dentro de la cabina, hecho que ahora, pese a empeñarse en percibir no le era posible. De pronto se encontró recordando que las “once menos cinco” era de la noche, consecuentemente mal podía ahora, comprobar que algún atisbo de luz llegara del exterior.-

Si bien sus reflejos cíclicos entre el sueño y la vigilia habían desaparecido, las limitaciones a que se hallaba reducida la llevaron a ubicarse sobre los cajones que si bien flotaban ligeramente al apoyarse en ellos se volvían estáticos y le permitían desarrollar su cuerpo, envuelto en el equipo de supervivencia, la ropa de agua y la botas como para descansar del ajetreo a que las olas sometían al barco.  De alguna manera logró que su brazo le sirviera de almohada y recordando los últimos momentos del barco antes de darse vuelta sus pensamientos se fueron desvaneciendo entrando en un letargo que se convirtió en profundo sueño.  En realidad era un relax que se sustentaba en el cansancio y la tensión que, aunque no quería reconocer le invadía, tampoco era nada estar a miles de millas de tierra en un barco dado vuelta. La incomodidad de los rebordes de los cajones, tampoco era placentera por lo cual trató de acomodarse de manera de evitar apoyar zonas sensibles de su cuerpo en coincidencia con los bordes angulosos que conformaban su camastro.  Pensó que los barcos tendrían que tener un sistema para casos similares donde quedara una cucheta preparada para servir de ambos lados. Dudó si su idea causaría gracia por lo desatinada pero ahora, le hubiera venido muy bien contar con algo similar.
Con esos pensamientos se fue relajando y nuevamente cayó en un sopor,  una insensibilidad placentera que la condujo a dormitar por momentos.-
Antes, había dejado el handy que colgaba momentos antes de su gancho cercano al agua del piso, en una posición de escucha económica, en cuanto al gasto de pila por si recibía alguna señal de llamada  de barco o velero que estuviera en su búsqueda.

Entre el hambre y el frio

El rayo de luz se reflejó en su cara, no era de sol. El sol todavía estaba por arriba de la niebla que todo lo cubría. El mar había disminuido su ataque persistente aunque la ondulación era notoria. El barco se comportaba mas suavemente, subiendo y bajando las olas ahora sin crestas despeinadas por el viento, que había bajado mucho desde la madrugada.
Retozó unos instantes en la caja-cama y sujetándose de un parante se incorporó, sintiendo la sensación de frío propia del lugar, aunque estaba sumamente abrigado. Miró a su alrededor y de un salto estuvo al lado del GPS, que había condicionado para que le revelara el momento de llegada a la zona y la distancia a recorrer. No se había dado cuenta pero había dormido casi cinco horas, ahora, a las nueve, se notaba la cerrazón propia de la mañana en esa zona, y al mirar por la burbuja hacia las velas casi no pudo distinguir el tope del mástil. Su desazón se apoderó de su ánimo ante la eventualidad de estar cerca del barco o la balsa y no poder verla por la niebla que cubría el mar.-

Pensó irradiar por VHF, pero le pareció prematuro a mas de treinta millas del objetivo. Se serenó. Se sentó en la bancada curva que le permitía estar siempre vertical y analizó mas detenidamente la carta, el derrotero hasta ese lugar y la zona donde debería estar el barco o la balsa. Se convenció de que con un viento de ese cuadrante, el tercero,  y de esa intensidad, la deriva debía ser grande. Nunca pensó que el barco estaría con el quillote y su impresionante bulbo apuntando al cielo como una burla a la tecnología. Por mas que el apéndice obrara de vela, nunca
incidiría en el desplazamiento tanto como el francobordo o la carpa de una balsa.-

Estaba desarrollando nueve nudos en ceñida y pensó que por lo menos tendría tres horas por delante antes de empezar a preocuparse por no pasarle al barco al lado sin verlo.  Dada las condiciones, y cumpliendo con el plan programado de salvataje, puso en marcha el motor, cargando así las baterías y mediante el teléfono satelital se comunicó con la central de emergencias a fin de que le confirmaran la nueva posición que pudiera haber emitido la Epirb.  La señal era muy buena y al segundo ring tuvo la respuesta y se sorprendió que lo llamara por su nombre, no por que fuera un desconocido sino por la inmediatez del reconocimiento,  muy propio de sistemas de informática de alta tecnología. A su requerimiento le informaron que según sus cálculos a partir de la señal de alarma durante las veintiuna horas precedentes el barco en apuros había recorrido 30 millas hacia el E.NE y que le suministraban la posición real actual. También le confirmaron el relativo buen tiempo de la zona y le solicitaron hiciera saber los resultados del encuentro en cuanto se cumpliese.-
Cerrado el contacto, se dirigió de inmediato al GPS, instalándole las nuevas coordenadas y corrió al timón para cerrar el ángulo de ceñida unos grados que le darían la oportunidad de tener que hacerlo cuando tuviera el barco a la vista, si es que todavía flotaba o en su caso la balsa salvadora.-

Había mas luminosidad en el ambiente  pero la visibilidad no era buena, por lo que entró nuevamente en la cabina y estuvo por varios minutos observado el radar tanto en 16 como en 8 millas pero no tuvo ningún rebote que le confirmara presencia de objeto flotante alguno. Pensó que estaba cerca pero no lo suficiente para que pudiera ser detectado por el aparato, igual si el barco se había hundido tampoco tendría señal alguna. Le quedaba la esperanza de que hubiera podido subir a la balsa antes que la hipotermia se lo impidiera.-

Se sintió inquieto y empezó por prepararse café diluído en leche y unos bizcochos que tenia reservados para momentos de tensión. Al probarlos sintió el sabor dulzón que los caracterizaba y de un golpe se zampó dos a la boca, mientras revolvía el soluble en la leche. De pronto se le ocurrió que la tripulante del barco
podría estar mojada y hambrienta, el frío era intenso por lo que no dudó en encender las dos hornallas y el horno para que se mantuviera mas aceptable. No tenía problemas de bombonas ya que llevaba cinco debidamente trincadas en proa y el sistema de calefacción era una columna central de bronce que poseía en su parte inferior un  quemador de gasóleo con muchísima reserva pero que no lograba elevar la temperatura ambiente por arriba de los 3ºC positivos.
No sabía que alimentos habría ingerido desde que ocurrió el accidente pero preparó un tipo de ponche con leche, miel, café, cacao y algo de un licor y lo guardó en un termo. Quizá también a él le viniera bien un sorbo en el momento del encuentro.-

De agua y de pilas

Cuando se despertó, trató de desperezarse pero pronto se dio cuenta que el mas leve movimiento la pondría en el agua fría del barco. Los cajones no representaban un apoyo seguro, sin embargo la falta de rolidos, quizá producto de la incidencia de las velas en un medio líquido, y la prolongación del mástil hacia las profundidades abisales limitaban las sacudidas que la hubieran hecho terminar en el agua. No, reaccionó pausadamente y se fue apoyando en los codos para terminar sentada. Desde esa posición giró el cuerpo y con gran esfuerzo de las piernas, logró pararse.  Notó que el ritmo de las olas había cambiado. Ya no sentía el sube y baja del principio, ahora se había suavizado y resultaba un
acompasado y lento sentir en los pies, la presión ante los cambios de posición.-

Miró su Seamaster 300 de Omega para hombre, pero que había sido parte del premio de una regata, si bien los organizadores habían propuesto cambiarlo por uno para dama, ella declinó la sugerencia para poder observar mejor la hora en la oscuridad  y, ahora en la penumbra  de cabina opacada por capas y capas de resina exposi, mostraba  la agujas que  le indicaron claramente las diez y veinte de la mañana de aquel día 8 de junio.-
Pensó como había de pasar ese primer dia dentro de la cámara en que se había convertido la cabina de su barco.  Por ahora no había sentido sensación de ahogo. No, para nada, aparentemente el volumen del casco contenía una cantidad de aire, suficiente como para que ella subsistiera, al menos hasta este momento. Otro elemento coadyuvante es que no tenía oportunidad de encender ninguna clase de fuego que hubiera consumido parte del que ella necesitaba para subsistir.-

Siempre le quedaba la oportunidad de abrir la escotilla de la base del casco, pero sería una de las últimas cosas que haría llegado el momento.


De pronto escucho cierto zumbido, prestó atención y no le pareció externo, era algo que se producía muy cerca de ella. Miró a su alrededor y no pudo determinar su origen. Al introducir la mano en el bolsillo derecho encontró el handy y sin pensarlo lo extrajo, escuchando como se ampliaba el volumen.  Le llamó la atención que fuera un sonido inteligible y al mirar el panel leyó: Battery low. No! No podía creer que se hubiera quedado sin batería pero al recostarse sobre los cajones, tomó la precaución de guardar el handy en el bolsillo pero sin apagarlo. Una imprecación movió silenciosamente sus labios. Al abrir el compatimiento pensaba encontrarse con una batería propia del aparato, pero con alegría comprobó que era un handy que admitía pilas comunes tanto recargables como desechables. Ah! Pero, ¿tendría 9 pilas para reemplazar las agotadas? Recordó la bolsita que ahora se suspendía del gancho invertido y afanosamente la abrió comprobando que había de varias medidas. No dudó y encendiendo la linterna que llevaba adherida a su cabeza, por encima de los abrigos, vió que había cuatro paks de cuatro cada una. Tranquilamente, las sacó de los blister de plástico transparente y las fue acumulando en un bolsillo hasta llegar a nueve, dejando las demás en la bolsita, retiró las viejas e instaló las nuevas, pero dejando la clavija de encendido en posición de apagado. Ya llegaría el momento de usarlas, si se presentaba  la oportunidad o,  en su caso no alcanzarían a cumplir su cometido. Imbuída en estos pensamientos le pareció escuchar alternativo zumbidos. Tardó unos segundos en reaccionar.-

El radar y la fé
 
La ansiedad iba creciendo a cada rato, no sólo pensaba en lo que estaba haciendo por él mismo sino que también le agobiaba  la angustia de quien estaba esperando que alguien pudiera acercarse para salvarle, como escape a esa necesidad aumentó seiscientas vueltas al motor poniéndolo el régimen en tres mil cien y sintiendo como la roda atropellaba la resaca de ola que durante la noche había golpeado una y mil veces con la fuerza de miles de litros de agua. Luego, volvió con cuidado a introducirse en el habitáculo protector y dio tiempo para que aparecieran en el radar las lineas concéntricas delimitatorias de diferentes distancias. Sí!!!! Ahí estaba. Justo en proa, entre las marcas de dos y tres millas. Conmovido salió fuera de la cabina y trató de ver en el horizonte, a proa, algo que le permitiera ubicar el barco. No, nada se veía en la distancia, recorrió el horizonte apartándose de los límites lógicos, pero nada. Habría sido un error?. 

Volvió agitado a la mesa de navegación y revisó los parámetros. Si estaban bien, el seteo había sido para ocho millas y esa era la ubicación del puntito brilloso en la pantalla. Tendría que esperar. Recordó el brebaje que había preparado y se sirvió un tazón que todavía estaba tibio. Al sentir el alcohol recorriendo sus tripas entendió que su navegación de tantas horas no había sido en vano, pero estaría allí la tripulante con vida o encontraría sus despojos congelados?. Quizá hubiera tenido tiempo de montarse en la balsa, mejor si estuviera en el barco, averiado pero flotando. Tendría que esperar.

Sensaciones 

Otra vez, volvió a sentir la vibración similar a un motor, pero su cerebro no podía procesar una información tan complicada, por un lado la realidad de que nadie estaría por allí y la otra el rumor apagado que le llegaba a través del casco. Se acercó ansiosa a la pared del casco y…si, no había duda!!! Un rumor de motor había.

Esperó un rato y el ruido antes mas lejano aumentaba de intensidad. Si, había llegado la hora de abrir la escotilla. No, todavía no y si era otra cosa? Mejor esperar. Le pareció que el ruido se mantenía cercano y hasta creyó que cambiaba de posición respecto a la de su barco.

Puntos en la inmensidad

Dos objetos negros con techo rojo aparecían a la distancia, una mas baja que la otra. No le resultó difícil comprobar que se trataba de las balsas. Buena calidad. Ambas estaban sujetas por cabos a alguna parte  del barco que no se veía. Pensó que dentro de alguna de ellas estaría la persona buscada.

No sabía que hacer. ¡Allí estaba semejante pedestal invertido, saliendo de la inmensidad del mar!, blanco el quillote, tres metros de tubo bicónico con cuatro mil kilos de plomo en su interior. ¿¡Cómo podía ser que no hubera servido para adrizar el barco!?

Se acercó a pocos metros de las balsas, sin perder arrancada, había enrollado las velas y trabajaba con el motor.  Sacó un silbato del bolsillo superior de su chaqueta de agua y desinfló sus pulmones como si estuvieran llenos de agua y se estuviera ahogando. Una y otra vez, no era posible que no escuchara nada. Prrrr, Prrrrr ……..ensordecedor para él pero por las escotillas de las balsas ningún movimiento. No, debía estar congelada en alguna de ellas. Dio un par mas de vueltas y de pronto se vió atando un martillo con un cabito bastante largo. Se puso a sotavento del barco invertido y arrojó el peso como el mas experto deportista, a la primera vez no tuvo respuesta.

¡Naufragio a la vista!
 
Sí, sí, sí!!!!! No se había equivocado, algo mecánico estaba merodeando el barco. Que podía ser sino otro barco!!, sus palpitaciones subieron a mil, la sangre le ahogaba en la garganta, el corazón latía como si fuera a estallar.
Sí, Sí, se repetía una y otra vez.
Ahora sí abriría la escotilla. Pero no.
Antes intentaría comunicarse con el VHF

alguien

Aló, Aló, Hello! Hello!, el primero aspirado sin fuerza el último a los gritos
—Si, estoy en el barco, Quien eres?, 
Él puso el timòn automático y al escuchar el equipo que había dejado abierto,. Saltó a la cabina y  y respondió,

—¡¡¡¡Aquí Soldini…..Soldini!!!……….!!!! Cómo estás?
Sintió una respuesta segura:
 — Bien, bien, hay mucha ola?,
–No, apenas marejada. Estas preparada para abandonar el barco?
— Si, Si. 
— Bueno, he de abarloarme por sotavento, cuando te avise abrirás la compuerta del casco y te arrojaré un cabo con el cual te atarás, quizá con un poco de suerte ni toques el agua. El pantoque es bastante plano y quizá puedas abordar mi barco sin mojarte.
OK, OK, se escuchaba pese al viento que soplaba en el cockpit.
Levantó una de las tapas del pañol de babor y extrajo un cabo que adujó claramente para poder arrojarlo sin tener que apartarse del casco invertido.
Entró en la cabina y salió con un pequeño handy, sintonizó el canal de emergencia y le dio la orden de preparar la apertura de la tapadera por la cual escaparía de su encierro.

Los barcos se mantenían cercanos, lo que preocupaba era que alguno de los timones, particularmente el de estribor rozara alguna parte del otro barco.
Ella recogió en su camino hacia la trampa-escotilla dos cajones de los que le habían servido de apoyo durante los descansos en que había podido dormitar y lo superpuso de manera que los ángulos del superior no coincidieran con los del cajón de abajo para aumentar la superficie segura de apoyo, se sujetó al borde del casco y alcanzó, haciendo equilibrio, el aro que serviría de mecanismo para retirar los pasantes de las sujeciones.  Empezó a hacer fuerza en un sentido, y el conjunto que actuaba en forma circular ni se movió. No podía creer que se hubiera oxidado ya que tenían un tratamiento para evitar ese proceso, tanto más en un medio corrosivo por la humedad con era el fondo del barco. Volvió a afirmarse, mientras escuchaba en el handy que tenía  colgando del pecho que del otro barco le preguntaba como iba todo. No contestó, estaba concentrada en poder abrir esa maldita compuerta a la vida.

Desesperada porque el balanceo del barco trataba de hacerla rodar de los débiles cajones sacudió en un sentido y otro y recién se dio cuenta que había estado tratando de girar el conjunto en el sentido equivocado. Inmediatamente y sin esfuerzo las palas se retrotrajeron y la tapa le cayó encima, sin vacilar la dejó caer de costado y se sujetó a los costados del rectángulo que conformaba la trampa.

Lo último que se le habría ocurrido pensar es que el borde estaba lleno de diminutos caracolillos que no le permitieron hacer presión para sostener su cuerpo, no le importó el dolor de los pinchazos, que se tornaba soportable ante la mínima posibilidad de que el barco, ahora que había perdido su estanqueidad empezara a hacer agua.  Dando un pequeño salto, metió un codo y luego el otro, el bolso y el handy colgando del cuello, no le impidieron  sacar una rodilla y luego la otra.

Estaba tan concentrada que no miró a su alrededor, abrió las piernas y se liberó del hueco dejándolo de costado. El barco se movía compasadamente y la marejadilla que había en el momento no alcanzaba a sacudirlo. De pronto como si no lo hubiera pensado nunca, vió al barco de su amigo, ahí estaba, a solo dos metros de su barco invertido, el quillote como lo había imaginado, sobresaliendo ridículamente de la superficie del mar.

Cuando se dio cuenta tenía un cabo entre las manos, se lo ató a la cintura con un as de guía que tenía mentalmente automatizado y se acercó al barco ya que el plano del pantoque se lo permitía, despaciosamente acercaron los barcos y cuando estaba a un metro, el sujetó firmemente el cabo y le extendió una mano a la que ella se sujetó a la altura de la muñeca, lo que dio lugar a que él también aferrara esa zona de su brazo, así asegurados mutuamente, extendió una pierna y se sintió atraída por una fuerza descomunal que la plantó sobre el barco salvador.-

El abrazo duró unos segundos y mientras ella miraba lo que quedaba de su barco, él se aprontó para alejarse cuanto antes a fin de evitar males mayores.-
Así unos minutos, hasta que ella interrumpió el silencio del viento, avisándole que iba al baño.-
Habían pasado veinte tres largas horas desde que hubiera abandonado la regata.

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agradecimiento

Giovanni Soldini entró en la leyenda mundial con un hecho que marcaría su carrera deportiva y personal: el rescate de la navegante francesa Isabelle Autissier, el 16 de febrero de 1999 en el transcurso de la Around Alone (Vuelta al Mundo en Solitario y por Etapas).

A pesar de haber dejado atrás su ruta, ganaba la tercera etapa al llegar la meta de Punta del Este ( Uruguay) el 3 de marzo. Y el 8 de mayo cruzaba la meta de Charleston como vencedor y se convirtió en el primer no francés en ganar el prueba en dos décadas y con un tiempo récord absoluto de 116 días, 20 horas, 07 minutos y 59 segundos, batiendo el récord de la carrera en 4 días y 21 horas.

El 29 de febrero de 2000 Soldini recibía la Legión de Honor por decisión del presidente francés, Jacques Chirac, por el rescate en el mar de Isabelle Autissier y el 12 de febrero de 2004 , el Presidente de la República Italiana, Carlo Azeglio Ciampi, lo nombró Oficial de la Orden del Mérito de la República Italiana.

Cabo de hornos y ventisqueros

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