Cuentos por Navengantes

Helmut ?El viril?

Manuel Torrado

Quizás parezca obvio explicar porque a Helmut le decían “el Viril”. Su cuerpo era grande y macizo, Dios lo había armado con los mejores materiales, sin escatimar tamaño en ninguna parte. No obstante, el Creador se distrajo un poco al llegar a lo intelectual.

No era tonto pero, algunas veces, era tremendamente obstinado. Sin embargo, esta especie de negación a razonar, le daba satisfacciones.

A bordo del CABO ZERAH se ganó la admiración de sus compañeros y las felicitaciones del Capitán, al demostrar arrojo ante más de una emergencia ocurrida en navegación. Avanzaba…………………luego razonaba.

Helmut “el Viril”, era un hombre bueno, amamante de la cerveza y el ron. Rara vez se involucraba en peleas callejeras. Obviamente su tamaño no motivaba a enfrentarse con el. Si tenía que usar los puños era para defender una causa justa o a un desvalido.

Cuentan las historias que, una vez, “desguazó” a trompadas a un Jefe de Maquinas que molestaba sin piedad a un pobre marinero rengo, llamándolo insistentemente por el seudónimo de Jack “el rolador”.

Amaba el mar y su trabajo de marinero. Sin embargo, algunas veces, se pensaba recalando para siempre en algún puerto bonito, al abrigo de una hermosa mujer que se animara a “navegar la vida en conserva” con el…………….Pero una cosa era el amor y otra el sexo.

Helmut conocía los burdeles de todos los puertos en los que había recalado. En ellos, o mejor dicho “sobre ellas”, descargaba toda la potencia que Dios le había dado. No era brutal ni despiadado, pero no podía hacer nada contra los efectos de sus “proporciones” puestas al servicio del placer.

Celine, una prostituta cubana, lo había bautizado “Helmamut”. De todos modos, sería injusto no aclarar que, pese al chiste, le gustaba mucho “estar” con el dotado marinero.

La diferencia entre amor verdadero y sexo pago era algo que Helmut tenia muy claro. Disfrutaba como nadie en los burdeles, las putas lo adoraban, pero jamás se entregaba al sueño de “rescatar del infierno” a ninguna de ellas, como le ocurría a muchos de sus compañeros…..

Por aquellos días Helmut estaba ansioso. El CABO ZERAH había entrado en la línea de Oriente y haría una escala que le despertaba curiosidad y deseos. Mientras trabajaba en la maniobra de amarre al muelle principal comprendió que no había visto, ni vería, otro lugar como esa Isla. Todo estaba allí, como en un caprichoso escenario: amontonado, ruidoso, confuso y exótico.

Ya en tierra, el marinero se concentró en sus hábitos turísticos de costumbre: preguntar por el burdel. A decir verdad, no le entendía nada a nadie. No manejaba otro idioma en común que el de las señas y el de los pocos dólares que llevaba en el bolsillo. Pero un extraño pareció entenderle y se avino a darle indicaciones:

– Puerta de color……..calle del Mercado, marinero Señor.

Entró en la angosta y serpenteante calle del Mercado. Se mezcló en esa abigarrada y desprolija maraña de transeúntes, vendedores ambulantes, animales sueltos y puertas…….muchas puertas. Era increíble ver la cantidad de puertas que había en esa calle, una al lado de la otra, conduciendo a casas de altos. Una puerta color magenta le llamo la atención, ya que todas las demás eran verdes o negras. Ese, evidentemente, tenia que ser el burdel o, al menos, una pequeña casa de citas.
Ansioso, subió la vieja escalera de madera salteando escalones. Finalmente llegó a una sala octogonal, sin ventanas, iluminada por una luz rojiza y tenue. Lo sofocó la decoración, cargada en exceso y el olor a humedad. De atrás de un cortinado color púrpura, surgió una mujer hermosa, que a Helmut le pareció una odalisca. Sus llamativos ojos azules, rasgados, impactaban. Sus esbeltas formas se podían adivinar por entre los velos semi-transparentes que le cubrían, ligeramente, su cuerpo…….

La mujer le habló en una lengua extraña, sonriendo y tomándole una mano…..El cuerpo de Helmut pedía acción, eran demasiadas millas esperando como para detenerse en gentilezas. Con velocidad increíble, el marinero arrió paño, sus pantalones llegaron al suelo……La mujer retrocedió y le dijo algo, con cierto rostro de espanto.

El penso: “siempre ocurre lo mismo, al principio piensan que morirán y luego se mueren por volver a hacerlo”.

Optó, entonces, por guiñarle bonachonamente un ojo y avanzar con obstinación, a toda máquina………

La mujer hizo un gesto como para detenerlo, decía que no con la cabeza. Gritó e intento zafarse sin éxito, todo esto excitó mas a Helmut.

Ni lo arañazos de la odalisca pudieron frenarlo, era una refriega caótica .

Repentinamente, ella pasó del combate a entregarse dócilmente e, incluso, a provocar al marinero gozando notoriamente de la situación. Todo fue turbulento pero excitante, lo hicieron arriba de la mesa del vestíbulo, no hubo tiempo de llegar a la cama.


Al terminar Helmut procedió a vestirse, la mujer se quedó parada en un rincón, mirándolo.

En su extraño idioma reflejaba dulzura……

El marinero puso la paga debajo en un mueblecito de caoba. Cuando llegó a la puerta, ella corrió a abrazarlo y pronunció nuevas palabras extrañas pero evidentemente llenas de afecto………


Helmut bajó las escaleras pensando que estaba flaqueando, la chica le había gustado……de corazón.

Al llegar a la calle se encontró con otros marineros del ZERAH, que venían del burdel. Helmut les contó su experiencia y sus compañeros murieron de la risa. En la Isla había un solo burdel y ellos venían de allí.

El CABO ZERAH zarpó. Su figura se perdió en el horizonte por la tarde, justo a la hora en que la calle del Mercado parece estallar.

Parado delante de una puerta magenta, con sus brazos cruzados y una mirada amenazadora, esta Helmut, cuidando el “negocio de su amada”. Evitando que algún desubicado le haga daño a Zelda, la Adivina del lugar.

El marinero ya es de tierra y, como un árbol, ha echado raíces.

Manuel Torrado

Cabo de hornos y ventisqueros

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