Relatos de navegantes

Un velero en los mares del Sur – Parte I

por A. Bécquer Casabelle

Relatos y experiencias de la expedición a la Antártida realizada por el motovelero Callas, cuya dotación estuvo integrada por Jorge Trabuchi (capitán y armador), Daniel Kunstchik, Pedro E. Curuchet, Carlos P. Vairo, Marcos Oliva Day y A. Bécquer Casaballe. (1994) 

La travesía se inició en el puerto de Ushuaia el 11 de enero de 1994 a las 9 de la mañana, siendo escoltado durante un trecho por las lanchas rápidas ARA «Concepción del Uruguay» y ARA «Intrépida» y, tras una breve escala en Puerto Williams (Isla Navarino, Chile), se reiniciò la navegaciòn en demanda del Drake pero, a las 08.00 del 12 de enero decidimos buscar protección en Caleta Cutter (Lat. 55° 19′ S Long. 66° 51′ W) en el Oriente de Isla Lennox, debido a que en Bahía Nassau las condiciones de mar y de viento eran adversas, produciendo un intenso cabeceo sin permitirnos avanzar ni siquiera a motor.

Tomamos nuestro primer desayuno a bordo como si estuviéramos en el living de un departamento, después de fondear cuidadosamente con el ancla de servidumbre. La caleta está llena de sargazos, un tipo de alga marina de intenso color marrón, que siempre terminan por engancharse en las uñas del ancla y que deben ser cortadas a machetazos. A las 09:00, la Armada de Chile se comunicó por VHF indicándonos que debíamos fondear en Caleta Lennox, situada 1,5 millas náuticas al Norte de nuestra posición. No estábamos autorizados a permanecer en el lugar que habíamos elegido.

Sin embargo, a las 10:15, al mejorar las condiciones meteorológicas, nos largamos hacia la Isla Herschel (del grupo de las Wollanston). A las 17:30 de esa misma jornada y bajo una pertinaz llovizna, ingresamos en Caleta Martial por el Paso Bravo que separa la Isla Wollanston de la Frecynet.

«A la espera de pronostico estamos en el fondeo junto al Croix Saint Paul II» (arribado pasadas las 19:00), dice la Bitacora. Antes de la medianoche pudimos establecer contacto por HF con la base argentina Jubany, cuyo jefe el entonces teniente de navío Guillermo Tarapow (actual capitán de fragata y comandante del Rompehielos Irizar) hizo un enlace con la base de la Fuerza Aérea Vicecomodoro Marambio. Debido a las condiciones de propagación, no nos había sido posible establecer el contacto directamente, lo que habría de sucedernos en diversas oportunidades para obtener un exacto pronostico de la zona por navegar.

El pronostico era favorable para afrontar el cruce del Drake. A las 21:00 se nos aproximó el velero «Ksar» de Jean-Paul Bassaget (ex-capitán del celebre Calypso), en viaje a Hornos.
Finalmente, a las 10:40 Hora Local el capitán Trabuchi tomó la decisión de iniciar la etapa oceánica de la travesía. El ancla de quedaría desde ese momento trincada, esperando pacientemente para sujetar al «Callas» en nuestra primer escala antártica en isla Decepción. Hasta ese momento, habían sido cubiertas las primeras 100 mn, desde Ushuaia, a un promedio de 3,7 nudos.

El Pasaje de Drake
Superamos la latitud del Cabo de Hornos a la 01:00 del 13 de enero. La mítica isla apenas fue un blanco en el radar, cuyo faro dibujaba en la pantalla la señal del Racon que la identifica. Pasar ese punto fue significativo: teníamos por delante cerca de 600 millas náuticas de mar abierto hasta nuestra próxima recalada y estábamos en la confluencia de los dos mayores océanos de la Tierra, el Atlántico y el Pacífico.
Las virtudes del diseño y construcción del «Callas» serían puestas a prueba una vez mas y nosotros, sus tripulantes, empezaríamos a comprender la magnificencia del Pasaje de Drake, que habría de hacernos vivir en carne propia toda su gallardía.

«Vuelan Cañonazos»
Al mediodía del jueves 13 de enero, el «Callas» estaba en la posición Lat. 56 grados 43′ S Long 66 grados 56′ W, enfrentando ya en mar abierto el Pasaje. Navegábamos de ceñida en esta barrera natural que, con sus fuertes vientos y violento oleaje, se impone a todos los navegantes que pretenden alcanzar la Antartida. El capitán escribió: «Aumenta viento y presión».
En la siguiente singladura, viernes 14 de enero, estábamos en Lat. 57 grados 20′ S Long. 66 grados 11′ W.
«Rifamos mesana, aumenta presión, motor, viento 30 (nudos)». Una ráfaga de viento convirtió en jirones todo el paño de la vela del palo de popa, arrancándola sin consideración alguna, como para que fuéramos comprendiendo donde estábamos.
Esos dos días fueron los mas duros de la travesía. Impedidos de preparar alimentos –y también con pocas ganas de comer–, cuando el viento azotaba con furia levantando mar arbolada, la vida a bordo se torno dura. Las guardias eran realizadas en absoluta soledad. La rutina no era otra que ir de la cucheta a la timonera, gobernando con suaves correcciones para mantener el rumbo, tratando siempre de presentar la proa de tal manera que el «Callas» pudiera trepar cada ola sin dar pantocazos. Transcurridas las dos horas de la guardia, no quedaba otra cosa que volver a la cucheta ya que no era posible estar de pie ni siquiera afirmándose en los pasamanos.


El anemómetro llego a indicar ráfagas de casi 50 nudos, manteniéndose constante su velocidad entre 35 y 30 nudos. El casco era levantado por las olas desde la aleta de estribor y luego se deslizaba con suavidad hasta sumergir el bauprés, batiendo espuma a ambas bandas una y otra vez, durante horas y días.
El fuerte y característicos silbido de los obenques, el golpeteo de las drizas sobre los palos, el murmullo del agua siguiendo las líneas de la carena e, incluso, hasta la disonancia de un objeto cualquiera que salía proyectado de su sitio, eran música en nuestros oídos, la mejor música que puede escuchar un marino.
Lo único que alteraba aquel ritmo y frecuencia de los trenes de olas era lo que, a nuestros ojos, parecía una gran pared de agua, una ola aun mayor que hacía crujir los mamparos como queriendo doblegar al noble barco pero que terminaba, irremediablemente, con la cresta despedazaba al golpear sobre la cubierta.

«Vuelan cañonazos» es la mas exacta expresión marinera para describir un mar así. Pero un mar violento, justo es reconocerlo, es ademas y por sobre todo un hecho estético y emocional. El capitán Trabuchi expresó: «este es el peaje que cobra la Antartida».

Ahí pude comprender las palabras de Joseph Conrad en «El espejo del mar» donde, este polaco que aprendió el ingles a los veinte años de edad convirtiéndose en uno de los mas excelsos escritores del idioma, relata sus recuerdos de tres décadas de marino.

Dice:«¡Necio es aquel -hombre o pueblo- que, confiando en la amistad del mar, descuida la fuerza y maña de su mano derecha! Como si fuera demasiado grande, demasiado poderoso para las virtudes comunes, el océano no tiene compasión, ni fe, ni ley, ni memoria. Todas las tempestuosas pasiones de los albores de la humanidad, el amor al botín y el amor a la gloria, el amor a la aventura y el amor al peligro, junto con el gran amor a lo desconocido y los fabulosos sueños de dominación y poder, han pasado, como imágenes reflejadas desde un espejo, sin dejar el menor rastro en la misteriosa faz del mar. Por los cientos que han vilipendiado el mar, desde Shakespeare en el verso («Mas cruel que el hambre, el dolor o el mar», Othello, Acto V) hasta el ultimo y mas oscuro lobo de mar de la vieja escuela, no podría encontrarse, creo, un solo marinero que jamas haya acompañado de una maldición el buen o mal nombre de su barco. Si alguna vez sus imprecaciones, provocadas por los rigores del mar, han llegado tan lejos como para alcanzar a su barco, habrá sido de modo muy ligero, como puede una mano posarse, sin pecado, en un gesto de ternura, sobre una mujer».

El 15 de enero, a las 06:00, estábamos en Lat. 57 grados 45′ S Long. 64 grados 03′ W. con viento del SW a 20 nudos. Amaneció sin nubes y el agua, que hasta entonces nos había ofrecido los mas variados matices de tonalidades metálicas, aparentando del mas vulgar hierro hasta la plata mas delicada, se torno de un azul intenso y solido. Las olas se fueron aplacando sin perder aquella elegancia: continuaba siendo una masa que se aproximaba con movimientos rítmicos pero ya era un león que bosteza, mientras apoya sobre el suelo sus extremidades hasta que su cuerpo queda extendido sin perder las formas y el volumen.

El «Callas» avanzaba muy lentamente, derivando hacia el Oeste. De hecho, lo habíamos mantenido capeando para no perder longitud, difícil de recuperar debido a la constante corriente de Este a Oeste del Pasaje y a los vientos predominantes del tercer cuadrante.
El 16 de enero, con barómetro estable en 1005 mb, nuestra posición era Lat. 60 grados 17′ S Long. 63 grados 20′ W, con viento SSW de 16 nudos y, 24 horas después, Lat. 61 grados 54′ S Long. 62 grados 01 W., el barómetro continuaba estable y el viento a 25 nudos que, por momentos, subía a 30 con breves ráfagas de 40 nudos, siempre desde la misma dirección. Navegamos de ceñida a 8 nudos, con Trinqueta y Mayor con tres manos de rizos, esto es, el paño que necesitaba el «Callas» en aquellas condiciones.

El filtro de gas–oil y los inyectores fueron purgados varias veces debido a la existencia de agua en los tanques, otro de los problemas que paso a convertirse en una pesadilla. El capitán improviso un «detector de agua»: conecto una lampara eléctrica por medio de cables al fondo del filtro y, gracias a que el gas-oil no es conductor de la corriente, permanecía apagada hasta que aparecía agua en el circuito de combustible, esta sí buena conductora, haciendo que se encendiera. A partir de entonces, cuando estábamos de guardia tuvimos que prestarle atención a un nuevo «instrumento» del motor, sumado a los relojes de temperatura y de presión de aceite.

Poco antes de llegar al Estrecho Larrea, entre las islas Smith y Nevada de las Shetland del Sur, la situación a bordo era la siguiente: mesana rifado; convertidor 12V/200V fuera de servicio por falla de un transistor; goteras en las cuchetas de estribor y en la cocina; estufas fuera de servicio y, como consecuencia ineludible, temperatura interior 7 grados Centígrados positivos.

Para cruzar el Drake tardamos seis días (las motonaves hacen esa misma travesía en dos singladuras). Al divisar la costa de la isla Nevada, estábamos ansiosos por el descubrimiento de las propias experiencias que habríamos de vivir.

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Cabo de hornos y ventisqueros

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