Un velero en los mares del Sur – Parte II
A. Bécquer Casabelle
Las Shetland del Sur
Las islas Shetland del Sur se extienden paralelas a la Península Antártica, de la cual están separadas por el Mar de la Flota (Estrecho de Bransfield) que tiene un ancho que no supera las 60 millas. Las principales islas son Smith, Baja, Decepción, Nevada, Livingston, Greenwich, Robert, Nelson, 25 de Mayo (King Georg), Elefante y Clarence, que se extienden siguiendo la dirección Sudoeste-Nordeste, además de otras pequeñas islas e islotes, conformando un inmenso archipiélago.
Las costas son abruptas y las profundidades oscilan entre 200 metros a más de 1.000 (en algunas zonas se han sondado 2.000 metros). En varias de las islas, sobre calas abrigadas, se encuentran bases científicas, estando la máxima concentración de estaciones de diferentes países en la Isla 25 de Mayo.
El primer navegante en surcar las aguas antárticas fue el piloto español Gabriel de Castilla, subordinado en la expedición de 1603 del holandés Jacob Mahu, al ser desviado su barco por un temporal hasta los 64o de latitud Sur. Habrían de pasar, sin embargo, dos siglos para que se descubrieran las tierras cubiertas de hielos.
La creencia de que Tierra del Fuego estaba unida a la Antártida fue desterrada por las observaciones de Drake y de Hoces y, finalmente, por el descubrimiento del paso por el Cabo de Hornos realizado Lemaire y Schouten, a principios del siglo XVII .
Entre 1776 y 1780, el gran marino británico James Cook, con los barcos «Adventure» y «Resolution» al servicio de la Royal Society of Science, fue enviado a descubrir las tierras australes. Circunnavegó la Antártida sin avistarla pero confirmó la existencia de las Islas Georgias del Sur, a las que bautizó King George I. En la guerra de corso contra España, el Coronel de Marina Guillermo Brown, cuando se dirigía en 1819 por la ruta de Hornos a las costas del Pacífico, una tormenta lo desvió del curso y avistó al sur tierra firme.
A fines de la primera década del siglo XIX, barcos foqueros con patente de Buenos Aires probablemente se arriesgaron a cruzar el Pasaje de Drake en busca de loberías, cuando empezaron a agotarse las existencias de las codiciadas pieles en las costas patagónicas, Islas Malvinas y archipiélago fueguino. Pero sus capitanes no tenían ningún interés en difundir la derrota que seguían y se cuidaban de guardar muy bien sus descubrimientos. El capitán del barco de bandera argentina «Espíritu Santo», fue quien le informó a Nathaniel B. Palmer sobre la existencia de islas al sur Hornos, en altas latitudes.
El descubrimiento oficial del archipiélago de las Shetland del Sur le correspondió al capitán inglés William Smith quien, en 1819, al ingresar con su bergantín «Williams» en Valparaíso, informó que el 19 de febrero de aquel año había avistado aquellas tierras australes. En 17 de octubre del mismo año arribó por segunda vez a las Shetland del Sur, a las que bautizó con el nombre de New South Britain (Nueva Bretaña del Sur).
Viajes y exploraciones posteriores permitieron ir conociendo la geografía de la Antártida, entre las que debemos destacar las realizadas por Fabian G. Bellingshausen (1819/21) -quien al3rtó sobre la depredación de la fauna por los cazadores de focas- y tantos otros célebres exploradores como Robert F. Scott, Ernest Henry Shackleton y Nils Otto Gustav Nordenskjöld, este último rescatado en 1903 por la cañonera Uruguay al mando del teniente de navío Julián Irizar. En la expedición de Nordenskjöld participó el joven alférez José María Sobral, primer argentino en invernar en el continente. A partir de entonces, Argentina tuvo una presencia creciente en la Antártida .
Finalizado el ciclo de la caza de focas en la década de 1870, por exterminio de las especies se inició el de las ballenas, perseguidas sin ningún tipo de consideración. Adquirió gran importancia Isla Decepción, desde donde operaban las compañías Magellan Whaling Co. con sede en Punta Arenas y la Hecktor Whaling Co. de Noruega
El 8 de febrero de 1942 la Argentina tomó oficialmente posesión de la isla, en un acto realizado por los miembros de la expedición arribada a bordo del transporte «1º de Mayo».
Durante la II Guerra Mundial, en la creencia que el acorazado «Admiral Scheer» (gemelo del «Admiral Graf Spee») era reabastecido en la isla, los ingleses organizaron la «Operación Tabarin» con una fuerza de tareas al mando del Capitán Marr. En 1944 ingresaron a Decepción y construyeron una estación meteorológica.
Lo cierto es que a fines de la década del ’40, tanto la Argentina, Chile e Inglaterra hicieron sus reclamos como territorio propio casi el mismo sector antártico.
Para afirmar los derechos argentinos, en 1948 fue enviada a Decepción una expedición integrada por el transporte «Pampa», el patrullero «King», el rastreador «Granville» y el buque-tanque «Ministro Ezcurra», a los cuales se les sumaron los avisos «Sanavirón» y «Chiriguano». El objetivo principal era construir el Destacamento Naval Decepción, inaugurado el 25 de febrero de 1948.
En 1953 las fragatas británicas HMS «Snipe» y «Birborg Bay» ingresaron a Caleta Balleneros y desembarcaron una fuerza de 30 infantes de marina con fusiles y ametralladoras, capturando al personal militar de la Armada y destruyendo los refugios argentino y chileno.
En Isla Decepción, de esa manera, se han escrito muchas de las más importantes páginas de la historia de la Antártida.
Para desembarcar armamos el Zodiac de 3,2 metros de eslora con motor de 2,9 HP. Tuvimos algunas dificultades para ensamblar las piezas que le dan solidez estructural, debido al limitado espacio en la cubierta del velero pero, con un poco de ingenio y algo de fuerza bruta, pudimos lograrlo. Al llegar a la costa fuimos recibidos por varios de los integrantes de la dotación del Destacamento, entre ellos el jefe de la base, Teniente de Fragata Marcelo Primo. Nos invitaron a comer pizza y la Dra. Risso nos dijo que, si queríamos, podíamos bañarnos. Dijimos sí, al unísono. El «mareo de tierra», después de casi una semana de navegación, hizo que, durante las primeras horas, extrañáramos los rolidos y cabeceos del «Callas».
Al día siguiente, 19 de febrero, visitamos la pingüinera que da sobre el Oeste de la Isla acompañados por un español como guía, el Teniente del Ejército de Tierra José Sola Gutiérrez que, para nuestra seguridad, pertenece a un regimiento de tropas de montaña. Por la tarde, dimos un paseo con el «Callas» por la bahía, llevando a bordo un grupo de argentinos y de españoles. Desembarcamos en Puerto Foster y visitamos la estación ballenera abandonada. En la caleta se encontraba la motonave de turismo «Profesor Molcharoff». Varios de los turistas habían desembarcado y cuando nos cruzamos en la playa, nos hicieron algunas preguntas y se mostraron entre admirados y sorprendidos por nuestro viaje.
La isla está formada por rocas volcánicas y gran parte de las playas de la bahía se encuentran cubiertas de cenizas. En algunos lugares se observan «fumarolas», que despiden vapor y agua a elevada temperatura, formando una neblina que es arrastrada por el viento. La Dra. Risso, quien es geóloga de la Universidad de Buenos Aires especializada en volcanes, introdujo un termómetro unos pocos centímetros en el suelo que marcó una temperatura de 70 grados centígrados. Esa misma noche, Jorge, Marcos y Daniel se bañaron en una de las fumarolas próximas al Destacamento, como si estuvieran en los trópicos.
Se fijó la zarpada para el día 20 por la mañana, pero las condiciones meteorológicas empeoraron, con viento de 40 nudos, obligándonos a permanecer en la isla. Ante la preocupación de que el ancla garreara, cambiamos de fondeadero buscando abrigo en un sitio más protegido al fondo de la bahía, enTelephone Bay.
No deseábamos vivir la desagradable experiencia de estar al ancla y descubrir que el barco navega sin gobierno hacia la costa. Allí estaba el velero francés «Kekilistrion», amarrado por proa y popa a rocas en la costa. Nosotros nos abarloamos sobre su banda de babor pero, de todas formas, también largamos cabos en idéntica forma.
En el seno de la isla avistamos las motonaves «Marco Polo» y «Explorer», que llevaban, según habíamos sido informados, 450 y 60 turistas respectivamente. Afuera estaba el «Bremen», también con turistas. Toda una procesión.
Recién el 21 de enero, a las 10:00 se dieron las condiciones para zarpar, abandonamos el fondeadero para poner proa hacia la Isla de la Media Luna, donde se encuentra la base argentina «Teniente Cámara». Mientras navegábamos en busca de los «Fuelles de Neptuno»,impulsados por una suave brisa y ayudándonos con el motor, decidimos llamar por radio para despedirnos de nuestros amigos argentinos y españoles.
El viernes 21 de enero, a las 18:45, fondeamos frente a la Isla de la Media Luna, luego de doblar Punta Alfiler, navegando parte del Estrecho McFarlane. La isla es pequeña y tiene exactamente la forma de una media luna; se encuentra muy próxima a la Isla Livingston.
Nuestros primeros intentos de comunicación por VHF no fueron respondidos pero, cuando estábamos realizando la aproximación para largar el ancla, el jefe de la base, Teniente de Navío Román Silva, nos respondió por la radio advirtiéndonos sobre la existencia de un bajofondo e indicándonos el lugar para fondear. La dotación de «Camara», integrada por militares y científicos (oceonógrafos y biólogos), fue cordial y afectuosa.
La base fue inaugurada el primero de abril de 1953 con el nombre de Destacamento Naval Luna y, posteriormente, se le cambió el nombre en homenaje al Teniente de Navío Juan Ramón Cámara, muerto en un accidente de aviación ocurrido en Caleta Potter en enero de 1955.
El sábado se levantó viento fuerte del ESE y decidimos correr el «Callas» a sotavento de la isla, fondeando con un ancla a popa y dos cabos a tierra por proa. A las 03:00 del día 23, el viento rotó al W y regresamos al lugar del fondeadero anterior, largando el ancla de proa. Durante un paseo por la costa, Carlos Vairo se accidentó al resbalar sobre una piedra mientras estaba filmando. Eso le provocó dolor y molestias durante varias jornadas pero, por fortuna, las consecuencias no fueron graves.
Al mediodía del domingo 23 de enero, con tiempo calmo, levamos anclas y nos dirigimos rumbo a la Isla 25 de Mayo. A las 19:45 llegamos a Caleta Potter, donde se encuentra la base argentina Jubany. Nuestra relación con Jubany se había iniciado desde el mismo momento que iniciamos la travesía, en aquella oportunidad ya relatada en que no podíamos establecer contacto radial con Marambio y ésta se ofreció a retransmitir los mensajes.
Durante la cena, su jefe, Teniente de Navío Guillermo Tarapow, nos entregó diplomas a los tripulantes del «Callas» y escribió en el Cuaderno de Acaecimientos: «Con admiración de un marinero a otro marino por el cruce del Drake ¡Viva la Patria!». Nosotros le entregamos la bandera recordatoria de la travesía y diversos obsequios enviados por la Gobernación de Tierra del Fuego. Además, dejamos el juego de ajedrez por encargo del Consejo Deliberante de Ushuaia, para que fuera enviado a la base Esperanza. El proyecto original suponía que el «Callas» iba a visitar esta base, pero las condiciones de hielos de la zona hizo que no fuera recomendable.
El 25 de enero navegamos hasta la estación de Corea del Sur «The King Sejong». Llegamos a las 15:00 tomamos amarra en el muelle (uno de los pocos que existen en la Antártida). Un grupo de coreanos se aproximó al «Callas» con sus cámaras para tomar algunas imágenes. Nosotros éramos una curiosidad. El jefe nos pidió que bajáramos recién dos horas mas tarde; en un principio, no comprendimos esa actitud pero, al ingresar a la casa principal, advertimos que necesitaron ese tiempo para preparanos una mesa bien servida con dulces, bebidas, galletas y quesos, además del infaltable té. Luego nos enteramos que habían sufrido un incendio en la cocina pocos días antes y por ese motivo tenían una dotación mínima. Varias personas habían sido evacuadas a otras bases y una de ellas debió ser internada con quemaduras.
Permanecimos allí poco menos de dos horas y luego nos dirigimos hacia la Estación Científica Artigas, de la R.O. del Uruguay, donde arribamos a las 18:00. El jefe, Teniente Coronel Oscar Grané Massini y todo el personal, nos recibió con muestras de afecto comparables a las que habíamos experimentado en las bases argentinas. En Artigas era como estar en nuestra propia casa.
A menos de 200 metros de la casa principal, sobre la costa, visitamos los restos del naufragio de un antiguo barco construido totalmente en madera que estaban esparcidos en la costa, por encima de la línea de pleamar: trozos de los palos, parte de la tablazón de la cubierta y fragmentos de las cuadernas.
Al día siguiente, 26 de enero, fuimos a la base «Eduardo Frei» de Chile, instalada al lado de la base Bellingshausen de Rusia.
El jefe nos recibió durante algunos minutos, cumpliendo las formalidades de rigor pero con una evidente frialdad, como si le molestara el pabellón argentino ondeando en aquellas aguas.
Vairo fue atendido en el hospital donde se le realizaron radiografías. El médico comprobó que las lesiones en su pierna no revestían gravedad aunque le advirtió que no debía realizar ningún esfuerzo porque corría el riesgo de tener que ser enyesado.
Al mediodía el viento empezó a soplar con fuerza y la temperatura descendió bruscamente. Comenzó a nevar. El «Callas» fue embicado al pequeño islote que se encuentra en Puerto Fildes, a la vista de las bases rusa y chilena, y amarrado a barbas de gato por proa.
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