Cuentos por Navengantes

Control remoto…

Por Juan Carlos Beiroa

Como cada mañana en navegación, había salido a cubierta para ver como estaba todo, quizá un poco relajado, cuando notó que la escota de proa del casco de babor había quedado desenrollada, mejor dicho mal adujada junto al molinete de esa banda, las botas, ya con su tiempo de uso, sobre la superficie húmeda y desgastada del pasillo, hicieron el resto, resbalaron como un huevo en un plato y cuando se quiso dar cuenta, casi sin tocar el cable superior del guardamancebo estaba en el agua a varias de millas de la costa.

Había preparado, para que sonara a las 6 de la tarde, uno de los dos relojes que habitualmente usaba, tanto para despertarse en la amarra como para controlar, cada veinte minutos o media hora, la posibilidad de que, cuando estaba en navegación, hubieran barcos de carga en rumbo de colisión. En el armado del barco se habían ido los fondos suficientes y no dio, para un tan necesario radar, imprescindible para una navegación segura. El timbrazo indicó que era tiempo de iniciar la singladura hasta el próximo puerto a 90 millas de donde estaba.

Por los cálculos y conversaciones con gente de la zona, había corroborado que, con el apoyo de motor, en esa zona de poco viento, tardaría, en el mejor de los casos, unas 13 horas. Si no los forzaba, para evitar consumos extraordinarios, y con suerte, podría arribar antes de que cayeran las últimas luces del día siguiente .

Por supuesto, y como hacia siempre había consultado todos los cuarterones, propios y de vecinos de amarra, ratificando que se trataba de una singladura sin problemas.-

Tomó, uno de los últimos yoghourts de frutas del bosque que le quedaban en una de las conservadoras con unas galletas, y se puso el pantalón y la chaqueta de agua, ya que en cuanto cayera la noche, la humedad salada, dejaría todo impregnado. Se calzó las botas; estaban bastante usadas pero todavía eran impermeables.

Tranquilamente, puso la palanca del japonés de estribor en ralentí y le dio arranque al motor; el cuatro tiempos respondió con energía al reclamo . Luego lo hizo con el de babor, pero éste, no se comportó igual . Tosió varias veces y otras tantas se paró hasta que, por propia decisión arrancó con un pico alto en revoluciones hasta que se serenó y comenzó a regular. Tras varios intentos en la amarra por subsanar este problema, había desconectado los conductos y vuelto a apretar las abrazaderas pero quizás una junta en la zona del carburador o algún gliceur sucio o tapado, fuera el motivo de tan irregular comportamiento. Tal es así que, en algún momento y en régimen alto de revoluciones, se había detenido por completo, pero bueno, pero ahora estaba funcionando bien.-

Si bien no le convencía mucho, mejor dicho nada, llevar nafta a bordo, no era menos cierto de que acuerdo a lo que tenia pensado invertir, la oferta que le habían hecho, por tratarse de dos motores en una sola compra, no podía ser desatendida. Es cierto, debería luchar en contra de ese temor subliminal por la nafta, pero se prometió que no iba a escatimar ningún esfuerzo en asegurar al máximo todo aquello que estuviera relacionado con la estiba y conducción del riesgoso fluido.

Así fue que, instaló tanques y sujeciones de plástico con gomas de poca compresión para lograr una mejor fijación a las partes del barco donde iban a quedar instalados. Cada conducto estaba fabricado para soportar alta presión, aunque no hiciera falta en este caso, con sus respectivas abrazaderas, en su medida correcta — de acero inoxidable — lo mismo que la llegada a cada motor. Cada goma iba debidamente sujeta al borde interno del casco con abrazaderas de plástico para evitar roces peligrosos que pudieran dañarlo. Solamente él sabía las increíbles posiciones que tuvo que adoptar, retorciendo torso, piernas, rodillas y brazos para llegar a ajustar, como quería, cada uno de los puntos por los cuales corría la cañería.

Desde tierra le ayudaron a librarse de las amarras y con alegres y sentidos saludos dio avante al motor de babor, para separarse lentamente del muelle que le habían adjudicado.

Cuando hubo transpuesto la bocana del puerto, luego de mas de media hora de marcha, todavía guardó respeto a los bancos manteniendo el rumbo, y se alejó más de una milla antes de caer a babor.

Cuando ya estaba paralelo a la costa, entonces si, habiendo puesto el piloto automático para mantener el rumbo, preparó la maniobra de mayor y tranquilamente volvió al cockpit para izarla sin problemas, ya que el poco viento que soplaba, era mas aparente que real, de modo, que controlando que no hubiera ningún atascamiento en la guía del palo, comenzó a dar manija al molinete para elevarla al máximo del mástil.

Si bien le dio cierto repique, no la cazó sobremanera para no recargar la tensión sobre la driza que había acusado alguna huella de desgaste y debía cambiarla en un puerto donde las condiciones económicas fueran favorables.-

En ese momento consideró que no valía la pena abrir el enrrollador por lo que dejó todo como estaba y que los motores hicieran el resto, que era ganar millas al norte.

La velocidad rondaba los 5 nudos y pensó que de no presentarse viento consumirían 30 y 35 litros entre los dos. Lo que era adecuado, ya que cada motor tenia un tanque de 70 litros y los habia llenado al tope, cargando los tanques de 20 litros cada uno.-

Fue alrededor de las ocho de la noche cuando se dio cuenta que había oscurecido, encendió la luz roja de la cabina principal y las de navegación y se dedicó, a acomodar algunas cosas en las taquillas, y poner otras a mano, como ser la linterna estanca y una estroboscopia con su pila nueva recién repuesta.

Para cenar se habia guardado mas de la mitad de una tortilla con chorizos que le había dado Nani, la mujer española del noruego Olf, que iban para Ushuaia con un 28 pies sin motor. Había algo que él respetaba y era aquellos tipos que salen a navegar sin la ayuda de un motor.

Volviendo a la tortilla, a cubierto, en la cabina y mientras releía “Navegación con mal tiempo” de Cowes, un libro que le apasionaba por el verismo de las incidencias, fue dando cuenta de ella poco a poco.-

De vez en cuando, levantaba la vista del libro y miraba el horizonte como queriendo ver algo, no sabía qué, pero en todo caso era el ojo avizor que le indicaba la conveniencia de estar atento al rumbo y la navegación. Como las velas no demandaban un cuidado constante, el barco se comportaba cortando las olas limpiamente con la marcada angulosidad de los pontones.

Seria una noche sin contratiempos, salvo la obligación de obedecer dócilmente, cada media hora, a los despertadores cada vez que indicaran la conveniencia de revisar los trescientos sesenta grados en búsqueda de algun barco de carga o pesca que amenazara la seguridad.

Antes de recostarse en la cucheta del salón, salió debajo de la cobertura que le brindaba abrigo y sintió en la cara el viento suave y húmedo que no presagiaba cambio en la meteorología.-

No se inquietó y por entretenerse un poco mas, dado que había descansado bien durante el día, encendió el B.L.U. y sintonizó la frecuencia 14368 de la Rueda de los Navegantes, luego corrigió la capacidad de la antena para mejorar la recepción y siguió mentalmente la posición de los barcos que daban sus coordenadas, velocidad del viento, altura de la ola, rumbo y recibían, de parte de Rafael, (o) de Altino o Alberto, alguna recomendación de subir o bajar en su latitud para escapar de alguna tormenta en ciernes o ganar un poco de viento para andar mejor. Cuando terminó la rueda, se dispuso a iniciar la serie de siestas para controlar el eventual cruce con algún barco de carga . Temía que en el puente el único despierto, si lo había, se estuviera preparando el café y desatendiera la chicharra de alarma de su radar, o que tal vez la pantalla reflectora del cata no fuera lo suficientemente grande para devolver la señal y pasara inadvertida para el radar del barco y por supuesto también para el hombre de guardia.

Seria una noche como otras, más tranquila por la poca profundidad de la zona, la marejada suave y el poco viento que soplaba.-

Así fue que tras cada timbrazo, sin dudarlo se asomó a cubierta para confirmar una vez tras otra que no había barcos en la zona ni boyas que indicaran la presencia de redes de pesca.-

*****

Un rayo de luz, que acompasadamente le barría la cara desde el tambucho de proa, terminó de convencerlo de que era hora de levantarse, ya dormiría una siesta cuando le placiera. Esa, era una de las cosas de las que gozaba, comer y dormir (salvo en navegación) cuando quería, sin estar sujeto a horarios.-

El sol no había empezado a calentar y todavía corría la humedad condensada sobre los plásticos traslúcidos de las ventanas laterales. Para no abrigarse mas, manoteó la campera de agua y se la puso casi sin pensar, bajó la cremallera reversible de arriba abajo. Sintió el peso del salvavidas con su botelloncito de aire presurizado automático y en el bolsillo superior algo, a lo que, entonces, no prestó atención.

Ni imaginaba que pronto necesitaría de él.

*****

Muchas veces había caído por la borda, pero como todo, después, uno se convence de que por ésta o aquella razón el hecho debió ocurrir, pero ahora, mientras el cata se alejaba se dio cuenta que no sabía porque estaba allí: en el agua.

La compresión del salvavidas lo sofocó sin avisar, por efecto de reacciones químicas el accesorio de la chaqueta se desplegó y sintió la fuerza ascendente que le permitió tomar una bocanada de aire salado.

El barco se alejaba lentamente y él en el agua, de pronto relacionó la imposibilidad de dominar el barco con el bulto que le molestaba en el bolsillo derecho, echó mano de él y confirmó que el control remoto de timón automático estaba en la bolsita hermética en la cual lo portaba habitualmente.

Como si estuviera abordo presionó varias veces el botón que incrementaba diez grados a cada pulsación, la posición del timón y, pudiendo a duras penas creerlo, vio que el cata caía a estribor.

La velocidad sería de cuatro o cinco nudos, no había viento y el mar estaba en calma.

De pronto se le hizo la idea que pronto podría estar a bordo de nuevo pero desechó la idea de poder sujetarse a alguna parte del barco ya que no creía que alguna escota o cabo pendiese, pero igual, ¿de qué lado estaría para poder hacerlo? y ¿cuántas oportunidades de intentarlo tendría?

No, no habría posibilidades de lograrlo.

A todo esto, el barco había iniciado una curva amplia; desde su ubicación, estuvo tentado de aplicar más presiones al botón con el cual dirigirlo directamente hacia él, pero desechó la idea ante la posibilidad de pasarse. Ahí es donde se dio cuenta que no tendría que permitir que el barco se alejara demasiado de él, porque en realidad cuando pulsaba el botón respectivo, no le estaba ordenando que diera vueltas alrededor de él sino que le estaba indicando un nuevo rumbo, por lo cual si no lo corregía continuamente, corría el riesgo de que el barco saliera del radio de acción del comando del piloto automático. Nunca se le había ocurrido comprobar a que distancia tenia efecto. Ahora, para bien o para mal, lo sabría.

Ahí se le vinieron a la mente todas la prevenciones de la maniobra del hombre al agua, e incluso la Butakow, pero ya la había abortado en cuanto hizo la primera presión. Pero igual, el barco estaba ahí y había que intentarlo.

De pronto se dio cuenta de que algo no andaba bien. Desde su posición en el agua, recién ahora vio que el motor de babor ¡estaba parado! ¡Con razón habia “sentido” cierta lentitud en el andar del barco y el ronroneo habitual carecía de la intensidad!

Volvió a presionar una y otra vez el botón que hacia virar a estribor al barco. Bajo los efectos del motor de esa banda se convenció que todavía podía acercarlo hacia él, en un intento por alcanzar algún punto donde sujetarse, ¿pero de dónde?-

Una y otra vez presionó el botón salvador, ahora casi desesperadamente, y de pronto se dio cuenta que lo que se le venia encima era su propio catamarán de 12 metros!

Aquello objeto de sus amores, que lo llevaba lealmente de puerto en puerto para concretar un sueño, estaba en condiciones de darle un golpe o triturarlo.-

¡No lo podía creer, el barco o bien le pasaría por encima, por el hueco entre los pontones o muy cerca. No lo dudó y corrigió con una pulsación del botón que lo haría caer diez grados a babor.

Ahora si, el barco venía hacia él y tuvo un estremecimiento por el peligro que significaba si la hélice del japonés de estribor le pasaba cerca.

Quizá tuviera tiempo para separarse con dos patadas hacia el lado de babor alejándose el peligro, aunque esto también constituía un riesgo por el golpe de la pata con la hélice detenida con un objeto relativamente estático como era su cuerpo en el agua.

De pronto se dio cuenta que le quedaba poco tiempo y a menos de 50 metros la mole se le venía encima.

Sin pensarlo, su inconsciente tomó nota de detalles que no podían ser analizados fríamente, y poco a poco, procesando la imágenes automáticamente, vio, cómo su barco le pasaba por encima y por esas cosas del destino, porque no se le puede atribuir destreza para comandar un barco a alguien que esta en el agua lo dejaba a él entre las patas de los dos motores!

Si, el motor de babor estaba bajo y parado, se preguntó cuándo habría dejado de funcionar.

Ese motor que ya había dado muestras de irregularidad en el arranque pero, eso de pararse durante el funcionamiento, era nuevo.

Nuevamente volvió a la realidad y vio que el barco se alejaba. Ninguna escota, ningún cabo, nada pendía como para permitirle asirse como fuera para intentar volver a bordo. Ya ni sentía el frío inicial en las piernas, y tampoco se había sacado las botas que no le habían sido necesarias para mantenerse a flote dada la efectiva acción del salvavidas.

De pronto se le ocurrió una algo. Tenía puesto el arnés de seguridad integrado con su chaqueta. Las dos argollas pendían a cada lado de su pecho, tiró del lado derecho y vio que cedía, volvió a tirar y confirmó que se deslizaba con poca soltura por efecto del agua sobre las superficies de la tela y la presión del salvavidas sobre la tela, siguió tirando hasta que el aro salió completamente, recién se dio cuenta que se habia olvidado del barco y ya sin esperanza volvió a presionar el botón de cambio de rumbo, pero ahora manteniéndolo y logrando que el barco, no describiera como en anterior oportunidad un círculo tan grande sino que cuando lo tuvo enfrentado, dejo de presionar y el cata como un faldero respondiendo a su amo, se dirigió hacia él mas rápidamente que en su anterior intento. Sin pensarlo más y sujetando la bolsita estanca con el comando dentro, por el cabito que la cerraba, pasó por dentro de cada argolla, la faja del arnés, y pasando la mano por dentro de cada una de esas gazas artificiales, las ajustó a cada muñeca, primero una mano, luego la otra, mientras no dejaba de controlar la dirección del barco, pues ahora si, se dirigía hacia él en línea recta, como el tiburón a la chica de la película.

Midió el curso casi sin pensar, tratando de quedar entre las dos patas de los motores pero más cerca del de babor, corrigió con dos golpes al botón de un grado, para que cayera a esta banda.

La fuerza de flotabilidad del salvavidas le evitaba, tener que sostenerse asi que tenía sus dos manos sujetando, para que no se aflojasen lo mas mínimo la presión sobre sus muñecas en el tramo siguiente a su paso por la argolla.

Cuando el barco estaba a unos diez metros y con toda su inercia, midió la distancia y en el momento que la pata del motor parado se le venía encima sumergió la mano derecha por debajo de la pata, rodeándola e, inmediatamente juntó casi como en un acto inconsciente las manos, como rezando, y sintió que los hombros se le desprendían de la espalda, el tirón fue tan grande y la presión sobre las muñecas tan brutal, que casi lo desmayan. Solo el frío del agua en la cara como un torrente no permitió que perdiera el sentido.

La pata respondió como si se hubiera llevado un tronco en el medio del Luján, saltó el retén y quedó fuera de la vertical desplazándose hacia popa. Por suerte las guías anticavitarorias sirvieron para que la faja del arnés no se deslizara y lo dejara flotando. Estaba preparado, sabía que el sacudón sería tremendo pero sólo pensaba en salvarse y no habría otra manera.

El flujo de agua era constante, la boca, los ojos, la chaqueta que se empeñaba en llenarse de agua a través del pecho, las botas que lo frenaban como paracaídas a un jet, todo era agua en movimiento tratando de hundirlo, de no darle la más mínima oportunidad. Reaccionó automáticamente y fue «subiendo» por las fajas unidas, mano sobre mano para no resbalar, acercándose a la pata que, de alguna manera, actuaba como diseño aerodinámico para que la fuerza del flujo de agua no lo desintegrara.

Fueron segundos que parecían horas, logró asirse a la pata, con una mano, pero la presión del agua contra el cuerpo lo hizo desistir. Descansó una milésima de segundo y volvió a intentarlo. Asirse a la pata era la salvación, ¿resistiría la sujeción al casco, el trabajo extra y contrario a la funcionalidad de la presión de la hélice en la marcha?

Naturalmente la presión del agua había terminado por sacarle las botas. Con los pies descalzos se encogió para asirse mejor y ahí es cuando sintió el filo de la hélice que le rozaba la cara interna del pié derecho, no le prestó atención estaba en el riesgo; como pudo, se aflojó las correas que le habían despellejado la piel de las muñecas. Manoteó la red que permitía el desplazamiento entre cada casco y no recordaba cómo trepó, el cuerpo del motor era un obstáculo insalvable, pero no le quedaba alternativa, subía o subía, la sujeción del motor había aguantado el cimbronazo y por ahora estaba soportando el peso, sin embargo allí estaba, intentando que su cabeza pesara mas que sus pies para caer sobre la red salvadora. Vio, arrodillado sobre las cuadrículas de la red, la estela que dejaba el único motor en marcha y cada uno de los pontones de su cata.

Recién en ese momento, se dió cuenta que no colgaba de su muñeca la bolsita con el control remoto del piloto automático.

En el forcejeo por subir, lo había perdido…………………….

J. C. Beiroa-Alicante- 2005

Basado en una frase de Miriam Brizuela en uno de sus informes a NpeM

Cabo de hornos y ventisqueros

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