Cuidados extremos
Por Manuel Torrado
El Capitán Carl Humsk era conocido por el seudónimo de «El Obispo». Era un hombre puntilloso, dedicado a su barco y muy firme con la disciplina de su tripulación. Enorme de tamaño, su cuello tenia la sección del trinquete de la Goleta «Rose» y su voz grave penetraba las almas hasta asustar de veras.
Embarcarse con «El Obispo» tenía sus pro y sus contras. Los pro pasaban por la seguridad de estar en un buque limpio, con buena comida y paga acomodada. Los contra eran terribles para un marinero del común. En navegación nadie podía beber, bajo ninguna circunstancia. Estando en puerto no se podía volver bebido a bordo.
Por otra parte, los tripulantes con permiso de desembarco debían estar de regreso no mas tarde de las 17.00 hs. (hora local del Puerto que fuere), garantía de que no encontrarían ningún burdel abierto.
Carl no se cansaba de repetirle a su gente: «la memoria de sus madres, la inquieta espera de sus esposas y la ilusión de sus hijos pueden descansar confiadas en las espaldas de este Capitán que no lleva gente enferma de vuelta a casa. Sepan que las venéreas no se estiban en nuestras pulcras bodegas…». Ese era Carl, «El Obispo».
Una hermosa mañana, en medio del Océano, con la mar planchada y un sol tibio que era capaz de darle vida a cualquier cosa, dos marineros se dedicaban a las tareas de pintura regulares.
Sin notar que Carl estaba cerca (y oyendo) uno le comento al otro que, pese al paso de los días, le era imposible olvidar la lengua de Ivonne haciéndolo victima y héroe del más magistral beso francés del que tuviera memoria. Le era imposible pensar que la chica no sintiera algo de amor por el. Al fin y al cabo, lo había dejado entrar a las habitaciones de arriba del «Petit Matelot» en horarios desusados, para que pudiera burlar la absurdas reglas de su Capitán.
No había terminado este relato cuando el cuello del marinero fue brutalmente comprimido por las gigantescas manos del Capitán Humsk quien, como si el hombre fuera de papel, lo arrojo por arriba de la barandilla al mar. Carl prohibió que se hiciera la maniobra de hombre al agua…..y que se hablara del tema al llegar a tierra.
El resto del viaje reino el miedo y el silencio. Quien se animaría a creerle a la marinería acusando al «Obispo» de asesino.
Si algo quedo claro entre la tripulación es que las convicciones morales del Capitán Carl Humsk estaban por delante de todo.
Claro…..ellos nunca supieron que, cuando atracaban, «El Obispo» desembarcaba a escondidas después de las 17.00hs, ni que solía volver a bordo totalmente borracho. Menos aun sospechaban de su predilección por Ivonne, a la cual veneraba en silencio…..muy en silencio.
Como todo hombre apegado a las normas siempre le respeto a la chiquilla eso de: «besos en la boca no doy». Como tolerar, entonces, semejante afrenta de un don nadie. Es difícil ser Juez, es difícil ser Dios,…….es difícil ser Capitán!!!
Manuel Torrado