Entrevistas

Expedición Atlantis – entrevista a Alfredo Barragan

Al cumplirse los 20 años del cruce del Atlántico en la balsa Atlantis – Revista Bab (2004)

En 1984 cinco argentinos cruzaron el océano Atlántico en una balsa que apenas podían dirigir. La hazaña alcanzó difusión mundial y tuvo importantes consecuencias para la historiografía americana. Alfredo Barragán, líder e ideólogo de la expedición, explicó a Bab por qué Atlantis aún fascina.
Alfredo Barragan

Alfredo Barragan, capitán de la Atlantis

Hace veinte años cinco argentinos cruzaron el Atlántico a bordo de una embarcación ingobernable, una balsa con sólo una vela cuadra y algunas orzas que apenas servían para estabilizar la popa durante el descenso hacia los profundos senos del oleaje. El camino lo marcaba la corriente de las Canarias y ellos simplemente estaban allí para comprobar que ese río oceánico podía transportar cualquier objeto que se mantuviera a flote desde África hasta el Golfo de México. El experimento duró cincuenta y dos días.
Su resultado fue el esperado: la Atlantis, hecha de nueve troncos de madera balsa y provista de una caseta de bambú como único refugio para sus tripulantes, fue conducida por el mar y los alisios desde Santa Cruz de Tenerife hasta las costas venezolanas.

La Atlantis en alta mar

Fue una aventura romántica de expedicionarios de alto riesgo, algunos de ellos ya acostumbrados a las altas cumbres, decididos a probarse en el océano. Tenían una buena excusa: demostrar que los africanos pudieron haber llegado a América a través del Atlántico varios milenios antes que Colón. Pero no fue la importancia académica del cruce lo que fascinó a la gente. El verdadero motivo del impacto mundial de la expedición, que alcanzó una impensada difusión internacional a través del documental que filmaron durante la travesía, fue la osadía con apariencia de desatino que revelaron sus protagonistas.
Ellos fueron: Alfredo Barragán (capitán), José Manuel Iriberri (subcapitán), Horacio
Oscar Giaccaglia (cocinero y marinero), Félix Ángel Arrieta (camarógrafo) y Daniel Sánchez Margariños (cocinero y marinero).
la tripulacion

La tripulación

La Atlantis partió el 22 de mayo de 1984 y el 12 de julio arribó a La Guayra, su meta prefijada. Los únicos símbolos pintados en su vela eran el sol y la cruz de los vientos: la vida y la libertad. Su única insignia, la bandera argentina.
La expedición no tuvo sponsors ni compromisos comerciales, lo cual subrayó su amateurismo y la pureza de su concepción. Fue un emprendimiento del Centro de Actividades Deportivas, Exploración e Investigación de la ciudad de Dolores (provincia de Buenos Aires), una entidad sin fines de lucro que tiene como principal objetivo la realización de empresas deportivas especiales en ambientes naturales rigurosos.
Alfredo Barragán, nacido y residente en Dolores, es uno de los fundadores y principales promotores de esta institución. En una entrevista exclusiva con Bab habló sobre el origen de Atlantis, su espíritu y su desarrollo. Esto es lo que dijo:

Un desafío al escepticismo

“Atlantis no fue una loca aventura. Siempre aclaro que no soy un simple aventurero que se tira al mar a ver qué pasa. Creo en la previsión, la capacitación, la integración del equipo, el convencimiento y la perseverancia. Yo me echo al mar o a la montaña sabiendo lo que va a pasar. Toda la vida me dediqué al deporte y a la naturaleza. Elegí ser amateur, venir al deporte a poner y no a sacar. Por eso no necesito sponsors, no por que me den bronca las marcas. Soy abogado y empresario, simpatizo con la economía de mercado y la cultura publicitaria no me plan tea ningún problema, pero tengo un concepto superior del deporte amateur y eso es lo que hago.
Vivo de la abogacía y dedico mis mejores esfuerzos y mi poco talento a hacer  expediciones lo más bonitas posibles por que me divierten muchísimo y las comparto al difundirlas.
Un día descubrí, cuando cruzaba el océano en la balsa Atlantis, que no estaba  desafiando al mar. En verdad yo buscaba sintonizar con él, quería conocerlo para coincidir con sus corrientes y sus vientos pues él iba a ser mi amigo, mi motor. Pero me di cuenta de que sí estaba desafiando al escepticismo general. Cada vez que se plantea un proyecto distinto, muy difícil, es calificado como imposible. Predomina el escepticismo, la falta de disposición para el esfuerzo. Yo he desterrado la palabra “imposible”.
En principio todo es factible, todo es cuestión de más entrenamiento y más capacitación. Cuando soñás con un gran objetivo primero lo ves como una estrella distante y ajena. Pero si hacés las cosas bien, si lo buscás seriamente, llega un momento en que por fin lo tenés en la mano. Entonces es el momento de realizarlo. Eso es lo que hago en todas las expediciones desde hace treinta años.”

El nacimiento de una leyenda

“Mi teoría es que el africano pudo llegar a América 3000 años antes que Cristóbal Colón.
¿Cómo nació esta idea?
Algún día cayó en mis manos información acerca de que habría expresiones africanas en América. Se decía que las cabezas colosales olmecas tienen rasgos negroides africanos, se hablaba de similitudes en dioses, ritos y estilos artísticos. Por dónde habrían llegado estas influencias, no se sabía. Se negaba la posibilidad del Atlántico argumentando que no había cómo cruzarlo, una teoría aislacionista que sostiene que los mares eran barreras en la antigüedad. Pero yo creo que eran vías de comunicación y no lo digo yo, lo di ce toda la teoría difusionista con Thor Heyerdhal como una de sus cabezas visibles.
Cuando comencé a navegar a vela en el año ’69, en el náutico Mar del Plata, empecé a
meterme un poco más en el tema de la cartografía. Entonces encontré en el Atlántico Norte corrientes y vientos favorables a una migración africana hacia América. Me llamó la atención la corriente de las Canarias, luego llamada corriente Norecuatorial, impulsada entre otras cosas por los alisios constantes hacia el oeste.
Me puse a investigar en la historia de la navegación de un modo algo azaroso, sin obsesión, reuniendo información cuando la encontraba. Así pasaron años, no era mi tema. Un día leí que los africanos navegaban en balsas de troncos de madera balsa —que existe en Guinea y Senegal— con mástiles bípodes, que en mi opinión pudieron haberlos copiado de los utilizados en las embarcaciones egipcias. Mástiles bípodes de madera dura y el mangle también existe en Guinea y Senegal. En estas balsas transportaban ganado menor, frutos secos, agua potable y alimentos.
Utilizando las corrientes de marea subían y bajaban por la costa sin alejarse de ella. Y
me convencí de que esas balsas eran capaces de cruzar. Pero no me convencí por obra del Espíritu Santo, sino que había antecedentes como la KonTiki, que con la misma madera navegó 101 días en el Pacífico. En Guayaquil también usan esta madera para hacer muelles flotantes que duran años. Me persuadí entonces de que el africano pudo haber cruzado voluntaria o involuntariamente.
Si por cualquier motivo la balsa fue tomada por la corriente de las Canarias y los alisios
por intentar seguir al dios Sol para ver dónde dormía, por impericia, por una tormenta que desvió su ruta entonces no paró hasta América. No volvió a África ni queriendo. Y tenía abordo lo suficiente para que la tripulación sobreviviera. No sé cuántas balsas habrán sido ni cuántos habrán muerto, pero es evidente que trajeron su impronta cultural a pueblos americanos ya existentes, a los olmecas, que estaban en su esplendor y creían que sus dioses habían llegado del mar.
Las expresiones artísticas olmecas más frecuentes son pequeñas piezas de 10 cm a 60 cm, ¿por qué entonces hicieron quince cabezas colosales de 2.70 a 3 metros de altura y 20 toneladas de peso? ¿Por qué sólo representaron en ese tamaño a quince hombres?
Habrán tenido una importancia especial para recibir ese tratamiento…
Y mi idea estaba allí. Hasta que un día, el 14 de abril de 1984, después de haberme tomado un descanso de mis expediciones anteriores (al Río Colorado, al Aconcagua y otras), exploté y dije: voy a hacer otra expedición.
¿Si hiciese una al mar? Y si es al mar es cruzarlo —iba pensando en voz alta— y si es cruzarlo… Ahí saqué el tema de las cabezas olmecas y la posibilidad de una migración africana, fui hacia la biblioteca y comencé a bajar cartas del Atlántico Norte y libros de balsas y travesías atlánticas, y ya estaba en camino. Había nacido Atlantis. Sin haber dormido, febril, a las seis de la mañana del 15 de abril llamé a un amigo de Mar del Plata, Roberto Muciarelli, y le dije:”….reunilos a todos el sábado 19 en tu casa que voy con un proyecto..”.
Del martes al sábado depuré la información y aparecí con esta idea. Les dije: ‘voy a cruzar el mar, quiero demostrar tal cosa y quiero que la tripulación salga de este grupo’. Uno de ellos, Jorge Iriberri, dijo: ‘yo voy’. El resto, si bien no navegó, trabajó cuatro años para el proyecto.”

Contra la academia

“En México expuse la teoría en el Museo Nacional de Antropología e Historia ante un grupo de encumbrados científicos que no creyeron en la factibilidad de la travesía. Dijeron que era cierto que había expresiones africanas pero que en todo caso habrían llegado por el estrecho de Behring, lo cual me parece disparatado.
Vos sabrás que el paralelo del Ecuador tiene más de 40.000 kilómetros y el Atlántico sólo 5000. ¿Cómo es que hicieron 35.000 kilómetros por atrás, cruzando desiertos y estepas? ¿Con qué designio, cuando el Atlántico pudo haber sido cruzado voluntaria o involuntariamente con relativa facilidad, con todas las fuerzas de la naturaleza a favor?
Era no por que no. Que el tiburón, que la convivencia, que la madera chupa agua y se hunde, la cuerda se pudre… ¿Por qué se va a pudrir mi cuerda y no se pudrieron las de Gaboto, Elcano, los chinos, los egipcios o los vikingos?
Entonces no  pensé nada más: decidí construir una balsa para probar que podía cruzar.
Cuando terminó la expedición tuve una respuesta hermosa. Volví a México a filmar
para la película sobre la travesía. Las autoridades mexicanas me autorizaron a filmar en
los museos fuera de horario, con luz artificial y otras excepciones por los méritos que había hecho Atlantis. Y cuan do fui al museo de Villa Hermosa, en Tabasco (península de Yucatán), a filmar las cabezas olmecas que allí se exponen, me recibió el director y me dijo: ‘Usted no me recuerda, yo estaba en el museo de antropología cuando expuso su teoría y no le creímos. Atlantis nos ha obligado a re plantearnos la influencia africana en las culturas precolombinas.’ Algo similar ocurrió con la fundación Kon-Tiki de Oslo, con el Departamento de Estudios Africanos de las Naciones Unidas y otras importantes instituciones. Luego de Atlantis se produjo una bisagra en la historia y terminó por aceptarse la factibilidad de la migración africana.

El nombre

Atlantis o Atlántida aparece por primera vez en dos diálogos de Platón, el Timeo y el Banquete. ¿Cómo llegué yo a saber todo esto, si no soy tan culto? Hice una lista de nombres que me gustaban y uno de ellos era ‘Atlantis’. ¿Pero qué quería decir? No lo iba a poner sólo por que me gustara. Entonces me reuní con profesores de historia que me enseñaron qué significaba y llegué a convencerme de que era el apropiado. Según la mitología griega fue un continente situado más allá de las columnas de Hércules (el estrecho de Gibraltar) entre Europa, África y América.
Y mi balsa iba a ser precisamente mi continente en el océano. No iba a tener nada má

La balsa

“Eran nueve troncos de madera balsa liga dos por traviesas de la misma madera y cuerdas vegetales. Los troncos los fuimos a cortar a la selva ecuatoriana.
Con una vela cuadra en proa y la popa retenida por las orzas, la balsa simplemente avanzaba en la dirección del viento. No tenía timón, sólo cuatro orzas de madera dura (o guaras) en proa y otras cuatro en popa. Las de proa no servían para nada, pronto dejamos de usarlas. En cuanto a las posteriores, en condiciones normales usábamos sólo dos y cuando aumentaba el viento metíamos las cuatro al solo efecto de que al bajar una ola no se adelantase la popa.
Era una empopada absoluta. Tocando la percha y los puños de la vela sólo lograba desviarme del rumbo del viento 15 grados a cada banda. Esos 30 grados eran míos, los otros 330 eran ajenos a mi voluntad. Hicimos todo tipo de prácticas en el mar, tratamos hasta de ceñir.
Jugamos con las guaras y con la vela, pero la balsa se iba de ronza en los 15 grados de viento. Razón por la cual arrastraba una cuerda de 70 me tros, que era el único seguro de vida.
Pues la balsa no podía frenar ni virar ni fondear, de modo que si alguien se caía al agua sólo disponía de 50 segundos para salvarse, que era el tiempo máximo para alcanzar el centro del estero y tomarse del cabo (que al final usábamos todos los días cuando nos tirábamos al mar, era parte del juego).
Cuando diseñé la balsa ubiqué los pesos de acuerdo a lo que convenía. No soy ingeniero naval pero todos los que navegamos estamos en condiciones de analizar un poco el tema. Calculé la cantidad de madera suficiente para tener de un 35% a un 40% de los troncos fuera del agua —Arquímedes me dio una mano para eso— y puse el centro vélico bajo.
Si bien el mástil medía 11.60, tenía aparejo y pata de gallo, y la percha estaba a siete metros.
No teníamos cómo probar la estabilidad de la balsa, nunca sabré cuán cerca estuvimos
de tumbar.
Pasamos por dos tormentas, una con vientos de noventa kilómetros y olas de nueve metros. Duró cuatro días y terminó rompiéndose un puño de escota, con grave riesgo de darnos vuelta. Cuando se desataba una tormenta echábamos un ancla al mar para evitar que en una barrenada la balsa se atravesara, pues en ese caso se habría dado vuelta.
Al romperse la vela la balsa comenzó a cambiar de posición, a atravesarse un poco a la ola, y seguramente estuvimos a punto de tumbar.
Arriábamos e izábamos con mucha dificultad. Cuando se desencadenó el temporal —fue al amanecer, Daniel, que estaba de guardia, pegó el grito. Salí y vi que la vela se había roto y gualdrapeaba. La balsa estaba sumamente inestable. Desatamos para arriar la vela pero no pudimos: llevaba más de treinta días izada y era imposible que el cabo —que era de un pulgar y cuarto, de cabu y se moviese de un motón de madera que tenía arriba. Así que me subí con una navaja, la corté y cayó. Y apenas cayó el océano se calmó.
Luego la reemplazamos por una vela que llevábamos de repuesto y en varios días la reparamos.”

La travesía

“Viajábamos en la dirección que nos marcaban la corriente y el viento. Si la balsa no hubiese tenido vela ni tripulantes habría llegado al mismo lugar. Mi teoría es que si yo tiro esta mesa de madera desde la costa de Guinea o Senegal en la corriente de la Canarias y en la ruta de los vientos alisios, aparece en la costa norte de Venezuela y continúa hasta Yucatán. Nosotros simplemente éramos testigos de que la balsa cruzaba. Zarpamos en los 29° norte, bajamos hasta los 12° aproximadamente y ahí navegamos al oeste hasta entrar en el Caribe, al norte de Trinidad-Tobago y al sur de Grenada, que no vimos por nubosidad. Ese fue un momento de intranquilidad… ¿dónde estábamos? No teníamos GPS, era navegación astronómica convencional.
¿Realmente estábamos allí? ¿Por qué no veíamos nada?
Cuando faltaban unos quince días para llegar a América nos comunicaron por radio la preocupación de que la corriente de las Canarias pudiera llevarnos directamente al centro del Caribe y estábamos en plena época de huracanes. Se produjo una  inquietud a bordo. Tuve que tomar la decisión de decirle a quien había opinado que me merecía mucho respeto pero consideraba que él estaba muy cómodo tomando su coñac al lado del fuego. Que el capitán era yo, que había estudiado esa corriente y ese viento durante cuatro años y que él estaba equivocado. Esa corriente no es tan fuerte y no había por qué suponer que nos iba a llevar al centro del Caribe. No obstante nos preocupamos por mantener la latitud jugando con los 15 grados de que disponíamos a cada banda.
Teníamos un VHF de la Armada que usamos al tercer día para hablar con un barco y por segunda vez más de cuarenta días después, cuando apareció el siguiente ya dentro del Caribe. Y teníamos un HF con el cual nos comunicábamos todos los días con estaciones de radioaficionados. La base estaba en Dolores y Mar del Plata, y había otras estaciones alertas en las Palmas de las Canarias, en México y en Guayaquil. Hablábamos a Dolores, los demás escuchaban. Se armó una gran ola de difusión y se fueron sumando estacione s de radio de todo el mundo, que al final de la travesía llegaron a ser unas setecientas. La consigna era: ‘usted puede escuchar, puede grabar, puede llevar periodistas a su sala de radio, puede dar la difusión que quiera pero no puede hablar, porque la balsa no tiene suficiente batería y tampoco tiempo ni ganas de hablar con todos, pues no es ese el objetivo. Si tiene una pregunta especial contáctese antes del horario del comunicado (que eran las 15.00 de Greenwich) con la estación Dolores y allí podrá formularla’.
Dolores me sacaba al aire por radio Rivadavia (con José María Muñoz), con Cacho Fontana, Fernando Bravo, Pipo Mancera y también Carrizo. Se creó así en la gente una gran expectativa sobre la expedición.”
saludo

El saludo y la bienvenida!!!!

Un proyecto limpio y puro.

 “Hice la expedición sin un peso!. Decidimos levantar un monumento al romanticismo e invitar a todo el mundo a hacer la balsa. Y la hizo todo el mundo. Movimos bienes y servicios por un millón de pesos que no pagamos: aviones, bar cos, hoteles, materiales, equipamientos que conseguíamos explicando nuestro proyecto. No había compromisos comerciales de ningún tipo, no ofrecíamos nada a cambio. Atlantis abría todos los corazones. Fue un proyecto limpio y puro, hecho para que fuera ejemplar en un momento en que hacía falta ese tipo de cosas.
También para mí es ejemplar, pues yo no soy en lo cotidiano tan inmaculado como Atlantis.
Veo el deporte como un juego en el que sólo vale la superación por la superación misma. Como una actitud del hombre fresca y feliz, como una expresión de libertad. Entiendo que el mal llamado deporte hoy en día está todo patrocinado y que yo no puedo cambiar eso, pero al menos puedo decidir no participar. Yo estoy dispuesto a jugar me la vida por un monumento al romanticismo, por una expresión poética como es una expedición de este tipo, pero no por un contrato comercial.”

Un grupo de elíte en la ciudad de Dolores

En 1973 Alfredo Barragán, José Manuel Iriberri, José Luis Godoy y Rubén Tablada realizaron la única expedición que cubrió todo el río Colorado, desde su  nacimiento en la cordillera hasta su fin en la provincia de Buenos Aires. A su término se decidió la fundación del Centro de Actividades Deportivas, Exploración e Investigación (CADEI) con el objetivo de dar un mar co institucional a las gestiones de las expediciones futuras.
Aconcagua

 El CADEI en el Aconcagua – copyright La Nación

El CADEI ya tiene en su historial quince expediciones de riesgo, entre ellas las siguientes:
1977. Travesía en canoa canadiense desde San Clemente a Mar del Plata, una prueba
de supervivencia de doce días.
1978. Luego de cuatro años de preparación se concretó una expedición al Aconcagua con excelentes resultados. Realizaron la primera transmisión de radio a todo el país des de la cumbre y llevaron a cabo una prueba de fisiopatología ideada por un médico de Dolores ya fallecido, el doctor Uleana. A 4800 metros de altura se transfundió glóbulos concentrados a tres miembros de la expedición —todos instructores de buceo— con el fin de mejorar la captación de oxígeno y la capacidad de trabajo, una técnica ya superada pero que en su momento se utilizó en el deporte internacional para procurar una rápida adaptación a la altura. Volvieron al Aconcagua en 1985, 1988, 1990, 1991 y 1995.
1984. Atlantis.
1993. Cruzaron la cordillera por encima de las altas cumbres en globo aerostático. Convocaron a pilotos españoles y utilizaron dos globos del mismo origen, cada uno tripulado por cuatro personas. Volaron sobre el Tupungato a 8500 me tros de altura con una velocidad de 110 km/h. El viaje duró 2 hs 45 min después de tres años de preparativos.
1995. Escalaron el Kilimanjaro (Tanzania), donde se encuentran las cumbres más altas de África.
1999. Travesía en kayak desde Venezuela hasta San Juan de Puerto Rico por el arco de las Antillas Menores. Barragán, Iriberri y Giaccaglia cortaron el Caribe en la embarcación más pequeña que jamás haya cruzado el mar. Recorrieron 1600 km en 62 días sin asistencia.
En preparación: escalada del monte Vinson, la montaña más alta de la Antártica,
(5140 m).
Entre las actividades regulares del CADEI se destaca el Encuentro Nacional de Kayakistas de Travesía, organizado anualmente junto con el Centro de Actividades Náuticas de Dolores. Se realiza la segunda quincena de noviembre con la participación de la flota nacional de kayaks y remeros provenientes de Uruguay, Nueva Zelanda y otros países. Parten de Dolores por el canal 9 hacia su desembocadura en la bahía de Samborombón, por donde continúan hasta San Clemente del Tuyú. Ya se han realizado cinco ediciones de este encuentro náutico, en el que más de ciento  cincuenta kayakistas recorren cien kilómetros en tres etapas a lo largo de dos jornadas para conjugar el deporte con la camaradería.
Los interesados en participar en las travesía pueden dirigirse a:
Centro de Actividades Náuticas de Dolores
(CAND), Belgrano 222 (7100), Dolores, tel -/fax: 2254-447990
Agradecemos a la revista Bienvenido a bordo la posibilidad de difundir el reportaje en nuestra página.

Cabo de hornos y ventisqueros

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