Relatos de navegantes

Un velero en los mares del Sur – Parte IV

Por A. Bécquer Casabelle

Rumbo hacia la Tierra de San Martín

De Gran Muralla navegamos nuevamente hacia Jubany, distante 10 mn, para recoger el eje y la hélice que nos había enviado Vicente Padín en el «Bremen» y, al atardecer, zarpamos poniendo rumbo hacia el SSW con la intención de llegar a Bahía Paraíso, en la Península Antártica.

El médico de la base, teniente de fragata Daniel Degani, nos proveyó de jamón crudo y raciones de cerveza y vino blanco. También hicimos agua y nos aprovisionamos de gas-oil.
El 7 de enero hicimos una escala en Decepción, fondeando primero en Caleta Balleneros y luego frente al Destacamento Naval argentino. Al día siguiente el viento se puso muy duro del NO, a 30 nudos en el interior de la isla y en mar abierto soplaba con más fuerza, a 40 nudos, según nos informó por VHF el buque ruso «Akademik Ioffe» que navegaba en la zona. Ese día arribó el velero «Pelagic», fondeando en Telephone Bay.
Fue muy emotivo reencontrarnos con toda la gente de la Isla. A la noche realizamos una pequeña fiesta a bordo, a la que asistieron «delegaciones» de españoles y argentinos.

El miércoles 9 de febrero a las 08:25 zarpamos hacia la base Primavera. Mar totalmente calmo, sin viento, con visiblidad reducida por niebla a un cable. El radar y la ecosonda nos permitieron salir con seguridad.
Navegamos en proximidad de la Isla Trinidad y a las 03:00 del 10 de febrero arribamos a Punta Cierva, donde se encuentra la base argentina Primavera, «con una aproximación difícil por falta de luz y mucho hielo en la bahía. Quedamos al garete a la espera de luz. Nos contactamos con la base de Ejército a las 08:30, con el capitán Marcos Ramírez» escribió Trabuchi en la Bitácora. Vista desde el mar, las casas parecen estar colgadas del acantilado.

A las 10:00 bajamos a tierra con la intención de hacer una breve visita; así que consideramos suficiente amarrar el «Callas» a un gran pack de hielo que, aparentemente, estaba varado. No lo estaba y empezó a derivar hasta golpear en el púlpito, torciendo los caños de acero como si fueran de alambre.

El plan original fue rápidamente cambiado y decidimos quedarnos hasta el día siguiente, previo amarre seguro sobre la costa en la pequeña caleta que existe frente a la base y con suficiente agua por debajo de la quilla.
Durante el almuerzo, el jefe nos entregó diplomas recordatorios del Comando Antártico del Ejército Argentino y el carpintero de la base hizo un marco de madera para colocar en una pared la bandera de la travesía que nosotros les habíamos obsequiado. A la tarde, Trabuchi hizo una corta navegación entre los témpanos llevando a bordo a varios de los científicos. Desde el acantilado, el «Callas» se dibujaba sobre el agua gallardo y elegante. El paisaje que rodea a Primavera es uno de los más hermosos que vimos en la Antártida.


El viernes 11 de febrero zarpamos a las 10:30 hacia Enterprise. «La bahía se llenó de témpanos pero por suerte no golpearon al Callas. Nuevamente palabras emotivas de la gente de Primavera. Todos valoran y aprecian nuestro viaje. Viento 35 knots, con Yankee, Trinqueta, luego Mayor. Arribamos al casco semihundido a las 23:30. El lugar parece hermoso. El Callas descansa seguro».

Enterprise es una pequeña caleta donde se encuentra el casco del ballenero noruego «Governorew», naufragado en 1916. Tiene 60 metros de eslora y es de construcción totalmente metálica. Emergen la proa y parte del casco hasta el combés. Los cabrestantes eran a vapor y conserva parte de un palo macho de hierro con sus cabillas clavadas por el óxido. En la cubierta semisumergida, permanece el inmenso cepo de hierro de un ancla. Entre los hierros retorcidos y la cubierta corroída, Kunstchik encontró la punta de un arpón que recogimos como un preciado trofeo..
Varios gaviotines tienen sus nidos en los recovecos del sollado y en el castillo de proa de este viejo buque, acaso una manera de mantenerse con vida.

Al mediodía zarpamos hacia la base Almirante Brown, donde arribamos a las 20:30 luego de navegar por el Canal Everay. La aproximación al fondeadero que habíamos elegido debió ser realizada a muy baja velocidad debido al escaso calado. El quillote golpeó no muy fuerte varias veces contra el fondo de piedra cuando pasamos la restinga que se empeña en cerrar la caleta en la bajamar.

El Destacamento Naval Almirante Brown había sido fundado en la campaña de 1950/51, en la cual se incorporaba el flamante transporte naval «Bahía Buen Suceso» construido en Halifax (Canadá). También, por primera vez, la Armada utilizó helicópteros en sus tareas de apoyo.
Cenamos en la base. Nosotros aportamos una exquisita carne a la cacerola y una torta decorada con chocolate y kiwis y celebramos el cumpleaños de Daniel (había sido el 30 de enero pero, con tantos trajines, sin perdón lo habíamos olvidado). Alguien de la base apareció con gorritos y matracas para que la fiesta tuviera el clima necesario y cantamos el «cumple feliz».

El 13 de febrero, a las 12:00, pusimos proa hacia Puerto Charcot, uno de lo lugares de mayor valor histórico de la Antártida.
Cuando nos encontrábamos en lateral Isla Dannebros, el viento del NE se puso duro (33 nudos) y la visibilidad estaba reducida por una nevada. Nos resultó difícil posicionarnos exactamente incluso con el radar y el GPS. Debíamos encontrar el punto de recalada para ingresar al Canal Lemaire. El tren de olas era corto y no superaba el metro, quizá metro y medio de altura. Las irregularidad del fondo quedaba patentizada con las alteraciones que nos indicaba la ecosonda: 50 metros, 30 e inmediatamente más de 100 metros. Observamos rompientes que señalaban rocas a escasa profundidad y otras que velaban. Sin dudas, la navegación costera requiere constante atención y son estos los momentos que el responsable del gobierno del barco debe concentrarse en su tarea.

Si bien las cartas y los cuarterones de la Antártida son lo suficientemente exactos como para dibujar la derrota con escaso margen de error, no sucede lo mismo con los levantamientos batimétricos. Las profundidades pueden no ser las declaradas y hasta es posible encontrarse con una roca apenas por debajo de la superficie.
El transporte polar ARA «Bahía Paraiso» habría colisionado, precisamente, sobre grandes rocas que no figuran en las cartas en una zona relativamente próxima a donde estábamos nosotros navegando.
El capitán tomó la decisión correcta: hacer una caída de 180 grados y navegar nuestra propia estela, acaso el camino más seguro hasta lograr avistar e identificar sin ninguna duda un accidente geográfico, un punto en la costa o una isla, y conocer con exactitud entonces cuál era nuestra posición verdadera.
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Finalmente pudimos identificar la Isla Mumm, punto de recalada que necesitábamos para encontrar la derrota hacia Isla Booth, en cuya costa se encuentra Puerto Charcot.
«Hubo que buscar el paso para salir de Caleta Nancy. El día está nublado pero lo aprovechamos para navegar hacia Le Maire Channel. A las 17:30 comienza viento NE fuerte. Logramos llegar a sotavento de Puerto Charcot. Amarramos con cabo y cadena. Al bajar la marea, (el «Callas») tocó fondo y luego escoró hasta 45. Por suerte se apoyó sobre arena. El pobre Callas ha sufrido un poco pero no se lastimó», dice la Bitácora.

El 14 de febrero, después de una noche tranquila, desembarcamos para recorrer el lugar. El capitán acompañado por varios tripulantes ascendió a un elevado promontorio donde está la cruz que dejó en uno de sus viajes el gran explorador y navegante francés Jean B. Charcot, quien con el «Le Français» realizó exploraciones en la Antártida entre 1903 y 1905 y con el «Pourquoi pas?» de 1908 a 1910, invernando en ambas campañas.

Allí dejaron un mensaje en una botella de «Grants» y una fotografía del «Callas», tomada por Vairo el año pasado donde se lo ve navegando por los Canales Fueguinos.
«Le Français», era un «steam yacht» de 32,5 metros de eslora, con máquina auxiliar a vapor y aparejado de bergantín-goleta. Rebautizado «Austral» cuando fue adquirido por el gobierno argentino, en la campaña de 1905-1906 hizo el relevamiento de la dotación de las Orcadas del Sur pero fracasó en su intento de llegar a la isla de Booth-Wandel para instalar una estación meteorológica. En 1907 naufragó en aguas del Río de la Plata.

A las 10:00 zarpamos con la intención de llegar a la base británica Faraday, atravesando impresionantes campos de hielos, a la deriva algunos y otros va rados en aguas menos profundas. Los matices, que van de un celeste claro a un azul profundo, y sus formas que parecen talladas por la piqueta de Henry Moore me hicieron reflexionar sobre el verdadero sentido del arte moderno que, para muchos, es una invención emotiva y racional del hombre cuando, quizá, se inspira en lo que nos proporciona la naturaleza en estado puro.

La navegación entre hielos la hicimos a motor y a baja velocidad, entre 3 y 4 nudos. Estimamos cada tramo, entre escala y escala, de tal manera que la navegación fuera siempre diurna.
En proa se colocó un vigía para que fuera indicando el camino que, constantemente, debía ser alterado a una y otra banda para esquivar hielos compactos que apenas afloran del agua. El ruido que producen esos hielos semeja un murmullo amplificado y constante, alterado a veces por el desprendimiento de un pack que se quiebra haciendo un estruendo y generando olas a su alrededor.
Solíamos ver focas Leopardo, de Weddell o Cangrejeras, dormitando sobre hielos a la deriva, absolutamente indiferentes a nuestra presencia.

La misma curiosidad manifestaban las ballenas. Un grupo de ellas se aproximó pasando por debajo de la quilla y apareciendo por la banda opuesta. El agua es totalmente trans-parente y cuando la profundidad era de tres o cuatro metros, podía-mos ver el fondo.
El radar, aunque esté graduado en su mínima escala de distancia, de 5 cables, no llega a adquirir los hielos más compactos y pequeños que apenas velan pero, de todas formas, calculábamos el tamaño y decidíamos si podían ser embestidos suavemente con el tajamar. El casco actuaba como una gran caja de resonancia: escuchábamos los golpes como si fueran martillazos sobre la chapa.

Poco antes del mediodía, avistamos de vuelta encontrada la vela mayor de un yate. Era el «Meta Passion», un sloop de 12 metros y casco de aluminio tripulado por un matrimonio francés -George y Michelle– que residen en Australia. Nos cruzamos a la altura del Estrecho Penola (Lat. 65o 13′ S Long. 64o 08’W). George vino a bordo del «Callas» para intercambiar información sobre la zona. El mar estaba extremadamente calmo.
Nos advirtió que en la base británica no simpatizan mucho con los visitantes pero que bien valía la pena ir porque tienen un pub excepcional, al mejor estilo londinense.

Faraday, Latitud 65o 15′ Sur
A las 14:30 del lunes 14 de febrero arribamos a la Estación Faraday del Reino Unido, instalada en el grupo de islas Argentinas, como una ironía de la toponimia antártica: «El Callas ha llegado al punto más austral de este viaje: Lat. 65o 15′ S – Long. 64o 18′ W.
El jefe de la base, Mike Dinn, nos indicó por VHF el lugar más adecuado para fondear y nos informó que a las 20:00 podíamos descender para visitarlos.
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Mientras nos amarrábamos por proa y popa a las rocas de la pequeña caleta, una foca Cangrejera nos dió la bienvenida haciendo piruetas a nuestro alrededor y mordiendo los cabos de amarre.

Puntualmente ingresamos a la casa principal y, luego de recorrer la sala de radio, el laboratorio de estudio de ondas electromagnéticas extremadamente largas en la atmósfera y el gabinete fotográfico (que dispone de equipos para procesar películas color y blanco y negro), pasamos al «pub», un auténtico «pub» inglés con la mejor cerveza que hay en la Antártida: «New Castle». La información de George resultó exacta en este sentido y, en lo que se refiere al recibimiento, con nosotros fue muy cálido. Marcos y yo nos dimos el lujo de ganar una partida de dardos.

Nos dijeron que será desactivada a fines de 1995 o principios de 1996, nos informó el jefe, por «razones de presupuesto». Es una de las bases mejor equipadas que visitamos, en lo que respecta a las comodidades para la dotación y equipos y sistemas de lucha contra incendio. En cortos trechos, en cada pasillo y habitación, existen extintores y cascos, además de sensores de temperatura. Disponen de un amplio comedor y de biblioteca.
En un pizarrón, en el hall de entrada a la casa principal, se detalla el rol de cada uno de los miembros de la base y los controles del sistema antincendios.

A la mañana del día siguiente, arrimamos el yate al pequeño muelle de madera de la base y recibimos la visita de los británicos. «Habían puesto en el pizarrón de horarios de visita al Callas. Está nevando».
Nos permitieron bañarnos en turnos de a dos y nos dieron 100 litros de agua potable. Mike nos explicó que tenía orden del British Antartic Survey de no prestar asistencia a los veleros pero que, tratándose de un yate de bandera argentina sin interés comercial, había decidido hacer una excepción.

® B e C

Cabo de hornos y ventisqueros

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